Monteseirín, la culpa al que no está

"Si se piensa en mí para política, que sea fuera de Sevilla, y si se piensa en mí para Sevilla, que sea fuera de la política". Es lo que dice haber manifestado Alfredo Sánchez Monteseirín a su partido ante su ya cercana salida de la alcaldía del Ayuntamiento de Sevilla en la próxima primavera.

Entiendo que un partido no puede desautorizar públicamente buena parte de la labor de alguien que ha estado ahí en su representación, pero la calificación de sus últimas actuaciones no merece ni siquiera un “progresa adecuadamente”.

Los sevillanos ya estamos acostumbrados a soportarlo, así que supongo que no será una lacra demasiado pesada aguantarlo otro período de tiempo indeterminado, aunque sea en un cargo de perfil menor. Al final acabará convirtiéndose en pesadilla para más de uno lo quiera o no.

Es la consecuencia lógica de haber cometido el imperdonable error de elegir en tres comicios consecutivos a un hombre que terminó creyéndose a pies juntillas que la ciudad era él y toda lucecita que se encendía en su mente privilegiada durante las noches largas de duermevela en el sopor del verano. Jamás a Sevilla soñar le costó tan caro.

En la enésima campaña publicitaria de autobombo, algo bastante adecuado por cierto dadas las calamidades que estamos padeciendo el resto de los ciudadanos mientras bandeamos los malos tiempos, ha asegurado que las causas del desgaste político que apuntan los socialistas de cara a las próximas municipales en las encuestas son debidas a “elementos externos muy potentes”, haciendo alusión a la crisis global que padece el sistema, y como siempre eludiendo cualquier atisbo de autocrítica.

Queda claro que la humildad no es su mayor virtud y que ese “perfeccionismo” del que presume no es más que una cortina de humo intolerable tras la que oculta una rebeldía que hace que sean siempre los demás quienes estén equivocados. En la pandilla teníamos un eslogan que venía a cuento en estos casos: la culpa siempre al que no está.

Pero la realidad muestra un retrato completamente diferente. Sin menospreciar que buena parte de las medidas que la crisis está obligando a adoptar al gobierno de la nación de su misma formación política tienen un efecto decepcionante en el electorado, la mayoría del lastre que ha de soportar Juan Espadas proviene de la gestión de su compañero de partido llevada a cabo en la ciudad durante los últimos años. Una forma de gobierno que parte de la premisa incuestionable de que los ciudadanos no pueden tener una opinión propia. Como si fuéramos niños eternos incapaces de discernir lo que conviene o no a Sevilla.

Esta peculiar manera de dirigir los designios de la ciudad, que se ha ido instalando con el paso de los años hasta lograr una posición monolítica, ha permitido que buena parte de los asuntos relevantes hayan tenido que ser delegados en demasía en políticos de talla menor, como el caso del Delegado de Movilidad, Fran Fernández, que han conseguido disparar hasta el absurdo y el despropósito la gestión de cuanto se le encomendaba, que generalmente tenía más que ver con lo cotidiano. Fernández ha conseguido el difícil récord de convertir el día a día de esta ciudad en un martirio insoportable, ahí es nada.

Mientras tanto, Monteseirín se iba sumergiendo hasta el abismo en el sueño de una ciudad que sólo él veía plausible y muchos ciudadanos entendían como disparatada en muchos casos e innecesaria en otros. En la tarea imposible de la construcción de un sueño demasiado inalcanzable fue perdiendo el fuelle que le caracterizó en un principio, llegando a dar la impresión a veces de que el tiempo le venía demasiado grande. Un ejercicio de autocrítica a tiempo le hubiera venido que ni de perlas para retomar con ímpetu las riendas de una ciudad que ya caminaba casi sin rumbo, pero el alcalde no es de practicar tan sano deporte.

La prueba más fehaciente de esto último es la designación de Carlos Arizaga como gerente de Tussam, tras una época de costosas inversiones en la empresa, como las nuevas instalaciones de Avenida de Andalucía, el Metrocentro o la renovación total de la flota, y que supuestamente iban a significar su relanzamiento definitivo.

“Voy a poner en Tussam a un gerente de derechas”, le confesó a Carmen Calleja, la anterior directora en una conversación. Y sonaba más a capricho de niño enrabietado que a decisión sopesada sobre lo que más convenía a la compañía. Después lo completó con el desembarco en la empresa de ese “rambo” de las relaciones laborales llamado Guillermo Gutiérrez en calidad de vicepresidente.

El resultado no puede ser más evidente; Tussam ha vivido la peor época de su larga historia en cuanto a número de huelgas y conflictos laborales, con el detestable balance de dos vidas sesgadas y parar la empresa por primera vez durante la Feria de Abril. Sin embargo, Monteseirín jamás reconocerá que se equivoco de cabo a rabo. No es su estilo.

“Espero que ese desgaste en Sevilla me lo lleve yo en la mochila”, ha manifestado. Sería lo justo, por merecido. Pero en política no se dan esas relaciones de causa efecto, y mucho menos en unas municipales. En política se deja el marrón y el que venga detrás que arree.