Los plenos del Ayuntamiento de Sevilla amenazan con convertirse en un verdadero cachondeo. En realidad, en esta surrealista ciudad lo que no goza del tal condición es como si no formara parte de la vida cotidiana.
En el de este mes, celebrado el pasado jueves, se debatió la moción presentada por el grupo de Izquierda Unida en defensa de la titularidad pública de Tussam. Y el milagro se produjo en forma de votación, porque lo que no ha sido capaz de conseguir ni la mismísima intervención divina lo ha logrado una empresa en situación de quiebra y que empieza a limitar sus servicios de manera preocupante, a pesar de que paradójicamente orienta su discurso a que no habrá merma en la calidad del servicio.
El milagro en cuestión no es otro que la literalidad en el sentido de los votos de dos formaciones de por sí antagónicas, Izquierda Unida y el Partido Popular. Porque si algo ha demostrado esta crisis abismal que padecemos es que los políticos han perdido por completo el sentido del ridículo y, lo que es peor, el mínimo decoro democrático.
Queda demostrado que Tussam, esa sangrante lacra para la ciudad, ha sido siempre un instrumento político en manos de quienes nos gobiernan y nunca se ha parecido, ni por asomo, a una empresa seria. El mismo hecho de tener un gerente como Carlos Arizaga lo demuestra ya por sí solo.
Que yo sepa, ningún instrumento político ha producido jamás beneficio alguno a no ser para el partido de turno que lo maneja.
Ésta es la gran revelación a la ciudadanía que jamás se atreverán a hacer los medios de comunicación de la ciudad, que por otra parte figuran todos en la lista de proveedores de Tussam, cuando en la empresa lo único que se lee es la prensa gratuita. Igual es que los autobuses, en un inconcebible avance tecnológico de esos a los que nos tiene acostumbrado Arizaga, han empezado a consumir como combustible el papel de prensa. La cosa se llama Estructura de la Información y se nos inculca desde muy temprano en la facultad de Comunicación.
Todos saben que las cuentas de Tussam son muy sufridas, lo aguantan todo, incluidas las campañas de publicidad ególatra del alcalde de turno, y cuando la cosa va mal, pues para eso están los trabajadores, para cargar con las culpas. Porque nadie se explica que, con unas cuentas tan desastrosas y al filo del infernal abismo, ningún grupo político de la ciudad haya pedido todavía una auditoría exhaustiva al Tribunal de Cuentas para que clarifique la situación. Igual es que las sorpresas que esto pudiera destapar son de molesta digestión.
El debate sobre la empresa municipal de transportes de la ciudad está tan degradado que nadie habla de servicio público. Para qué. Pretender, tal y como está el patio, que un político se preocupe de ese ciudadano tan mermado en su economía que no tiene otra opción que desplazarse en un autobús vacío a las seis de la mañana para acudir a su trabajo, es como pedir al Papa que ejerza de anestesista en una intervención de aborto.
De esta crisis es seguro que vamos a salir todos bien esquilmados, pero también un poco más sabios, porque, entre otras cosas, nos ha ayudado a desenmascarar que ni Sevilla es la ciudad de las personas, ni lo ha sido nunca, a pesar de las millonarias inversiones publicitarias de Monteseirín para inculcárnoslo, ni hacienda hemos sido nunca todos, ni el franquismo ha muerto, todo lo contrario, continúa bien vivito y coleando.
Íñigo Sáenz de Ugarte publicó el otro día un twitt en el que decía que “los millonarios que no pagan impuestos amenazan con irse del país si les obligan a pagar impuestos. O eso o declararse presos de conciencia”. A este paso, los que nos vamos a tener que hacer objetores de conciencia somos los ciudadanos.
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