“A mí, sin embargo, me permite hacer una lectura simbólica
de lo que está sucediendo en Sevilla. Las cifras del paro han roto todas las
barreras de contención. El 44% de los hogares tiene a alguien sin trabajar. Uno
de cada tres profesionales no puede subsistir por sí mismo. Cada vez tenemos
menos dinero y más necesidades básicas sin cubrir. Y, a pesar de todas estas
evidencias, no dejan de decirnos que vivimos en una ciudad celestial donde la
calidad de vida es altísima y disfrutamos de una filosofía hedonista que nos
convierte en la envidia del orbe.
La realidad desmiente todos los días esta fábula. No
importa: la ciudad oficial suele obviar a las voces discrepantes y sigue
dándole vueltas a la máquina de sevillanía con la seguridad de que no ocurrirá
nada. Probablemente acierte. Sevilla hace tiempo que dejó de pensar para
conformarse con su propia estampa idílica aunque todo nos diga lo contrario.
Que nos creamos equiparables a París, Roma o Londres es una patología
surrealista. No lo somos. Ni lo seremos nunca. Entre otros factores, por
nuestra mentalidad.
La imagen que Sevilla ha ido construyendo sobre sí misma, a
falta de mejores alternativas, e incluso contra ellas, ha crecido de tamaño en
exceso, hasta convertirse en un ser deforme. Al igual que en el relato de
Cortázar, la fábula ha tomado la casa –la ciudad auténtica, donde estamos
todos– y tras avanzar habitación por habitación está expulsando a los
habitantes –los sevillanos que no militamos en bando alguno– con lo puesto. No
es tan sólo una imagen. Son hechos: los desahucios se suceden, el desempleo es
genético, la clase media se hunde y el ánimo de todo aquel que no quiera vivir
sin pensar, que es lo que hacían los personajes del relato, no encuentra
argumentos para resistir frente a la tempestad”.
Lee el texto completo en “La casa tomada” por
Carlos
Mármol.
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