En
Arabia Saudí, si quieres salir de prisión, has de abandonar el activismo. Y
además has de firmarlo por escrito. Así de sencillo y de duro a la vez. Un país
que presume de civilizado y de ser el más cercano a la civilización occidental
maltrata de esa manera los derechos humanos ante el silencio cómplice de la
comunidad internacional.
En
enero pasado, un indulto del rey saudí Abdalá bin Abdelaziz dejó en libertad a
diez reformistas. Fue concedido con la condición de que firmaran un documento
en el que se comprometían a no reincidir y a no desarrollar activismo público,
además de expresar su agradecimiento al monarca.
El
mismo trato fue también ofrecido a otros seis recluidos junto a los primeros,
pero no lo aceptaron y aún continúan encarcelados. Se trata de Suliaman
al-Rashudi, Saud al-Hashimi, Musa al-Qirni, Abdul Rahman al-Shumayri, Abdul
Rahman Khan y Abdullah al-Rifa’i. Todos ellos están considerados presos de
conciencia por Amnistía Internacional.
Suliaman
al-Rashudi es un ex juez de 76 que fue detenido el
pasado 12 de diciembre de 2012 dos días después de pronunciar una
conferencia en una concentración social informal sobre la legalidad, según el
derecho islámico, de celebrar manifestaciones. Un delito, como se puede
suponer, de lesa gravedad.
Estuvo
recluido en régimen de incomunicación y aislamiento hasta el 16 de febrero y
desde entonces se le permiten visitas de su familia. Sin embargo, Saud
al-Hashimi ha pedido reiteradamente poder visitar a su madre, que se encuentra
muy enferma, y le ha sido denegado de manera sistemática. Así de humanitarias
son las autoridades del país.
Ambos
figuraban en el grupo de nueve hombres detenidos en febrero de 2007 en las
ciudades de Yidda y Mediana, tras haber difundido una petición en demanda de
reformas políticas y entablado debates sobre una propuesta de establecimiento
de una organización independiente de derechos humanos en Arabia Saudí.
Con
posterioridad se detuvo a otros siete hombres relacionados con Saud al-Hashimi.
Suliaman al-Rashudi quedó en libertad bajo fianza el 23 de junio de 2011, pero
el 22 de noviembre de ese mismo año los 16 fueron
declarados culpables y condenados entre 5 y 30 años de prisión, tras
los cuales tendrían prohibido viajar.
La
condena la formuló el Tribunal Penal Especial, establecido para conocer de
delitos de terrorismo. Los condenaron por cargos como “formar una organización
secreta”, “intentar tomar el poder”, “incitar contra el rey”, “financiar el
terrorismo” y “blanquear dinero”. A cual más absurdo y ridículo. Sus juicios fueron una farsa, ya que se
ocultaron durante meses a sus abogados y familiares dichos cargos y se les negó
también el acceso a muchos de los procedimientos judiciales.
Suliaman
al-Rashudi fue condenado a 15 años de prisión, tras los cuales tendría
prohibido viajar durante otros 15, por cargos como “participar en la formación
de una organización llamada Tawaso” con el fin de propagar el caos con la
excusa del asesoramiento y la reforma. Todo muy orwelliano. Tawaso era la
organización de derechos humanos que tenían pensado crear. Quedó en libertad en
espera del resultado de su apelación, pero fue detenido de nuevo el fatídico 12
de diciembre de 2012 después de celebrar aquella conferencia.
A
Saud al-Hashimi le impusieron la condena más severa: 30 años de prisión y la
prohibición de viajar durante otros 30. A finales de 2010 fue torturado por
declararse en huelga de hambre durante más de una semana. Lo dejaron en ropa
interior, lo inmovilizaron con grilletes, lo sacaron a rastras de la celda, lo
tuvieron en otra donde hacía mucho frío durante alrededor de cinco horas y lo
obligaron a firmar una confesión.
Posteriormente
fue acusado de “pertenecer a Al Qaeda dentro del país y promoverla y defenderla
a ella y a otras organizaciones y actividades terroristas dirigidas contra este
país”. Su abogado sostuvo que era sabido que su defendido había expresado
opiniones contra la organización terrorista y contribuido a convencer a otros
de que no fueran a combatir a la guerra de Irak. En cuanto a las acusaciones de
financiación del terrorismo en Irak, también señaló que Saud ayudó a recaudar
dinero en canales de televisión que tenían libertad para emitir en Arabia Saudí
con objeto de ayudar al pueblo iraquí y que lo hacía con permiso oficial y en
colaboración con la sociedad benéfica británica Help the Needy. Por lo que se
ve, de nada sirvió.
En
Arabia Saudí no se toleran
las críticas al Estado. Quienes lo hacen suelen ser recluidos en
régimen de incomunicación sin cargos, a veces también en régimen de
aislamiento, y sin acceso a abogados ni a los tribunales para impugnar la
legalidad de su detención. Con frecuencia se utiliza la tortura u otros malos
tratos para obtener confesiones, castigarlos por negarse a arrepentirse u
obligarlos a prometer no reincidir.
La
detención en régimen de incomunicación suele durar hasta que se obtiene una de
esas confesiones, lo que puede suponer meses o, en ocasiones, hasta años. Si se
presentan cargos, a veces es por imprecisos delitos contra la seguridad como
“desobedecer al gobernante”. Los procedimientos judiciales no cumplen las
normas internacionales sobre juicios justos. A los acusado se les niega la asistencia
letrada, en la mayoría de los casos ni los ellos ni las familias son informados
de la marcha del procedimiento y las vistas suelen celebrarse a puerta cerrada.
Artículo
publicado en sevilla
report.
1 comentario:
Aquí falta muy poco para que eso llegue a ocurrir. Los manifestantes, violentos o no, se detienen diariamente, los pocos que se atreven a manifestarse: derecho fundamental de la Nicolasa. Los políticos creen que el parlamento es suyo, aunque se lo hayamos prestado nosotros.
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