En sevilla report
estamos trabajando en un reportaje en profundidad sobre el dragado de
profundización del río Guadalquivir. Ya hemos entrevistado a empresarios
arroceros, a varios
miembros de organizaciones
ecologistas y a algún
que otro científico. Todos nos han explicado con rotundidad los argumentos
que justifican sus posicionamientos al respecto.
De forma paralela, en la prensa
local han venido
apareciendo informaciones sobre
temas relacionados con la única intención de potenciar
y dar altavoz a sólo a
los intereses de una de las partes que hay en juego con este proyecto: los
del Puerto de Sevilla.
En esta ciudad, que se caracteriza por el afán de muchos
notables de mantenerla en aceite y ajena a los cambios para el disfrute y solaz
sólo de unos pocos, resulta cuanto menos alarmante que, para ciertos intereses
y determinados proyectos casi siempre bastante polémicos, la prisa se convierte
en el principal motor del cambio.
Con el proyecto del dragado nos estamos jugando el futuro
del río y muchos no lo quieren ver o, simplemente, no les interesa. Sevilla no
es un puerto marítimo, por más que algunos lo sueñen en sus noches de desvelo y
sonambulismo. Y esa gran arteria que atraviesa la ciudad y que es el espejo
donde nos miramos la mayoría de las veces sus habitantes agoniza y muy
seriamente.
Además, nuestro egocentrismo ancestral nos impide vislumbrar
que con nuestras decisiones podemos dañar de manera irreparable las actividades
de otros territorios cercanos que dependen también de la buena salud del río.
Lugares donde hay gente cuyo subsistir está vinculado estrechamente al cauce
fluvial, como Doñana y las costas de Cádiz y Huelva, amén de todos los pueblos
que hasta su desembocadura pueblan sus dos riberas.
En una cuestión en la que la palabra de los expertos debería
ir a misa, aquí parece no interesarle a nadie y es obviada, cuando no
menospreciada, de manera permanente. Nadie tiene en cuenta, porque no interesa,
el dictamen de los científicos.
Es una lástima, porque Sevilla no se asoma a un océano, sino
que ha arrullado siempre a un río que le dio la vida y al que ahora parece
querer despreciar. Y todo por la ambición de gloria de unos cuantos
incompetentes a los que nadie parece tener intención de detener.
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