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07 diciembre 2010

Al otro lado del río

Es duro sobrevivir en Sevilla cuando se pertenece a los que subsisten al otro lado del río. Porque en Sevilla existe otro río muy diferente a aquel por el que llegó hace siglos a espuertas una plata que jamás vimos. Es un río mucho más sutil y casi invisible que arrastra su cauce cenagoso desde siglos atrás. Y todos los sin futuro y con un presente precario viven en el mismo sitio: al otro lado del río.

Sobre aquellos meandros despoblados de la vegetación propia de la civilización habitan las víctimas de las últimas dentelladas al Estado del bienestar y a los derechos básicos ciudadanos, los engañados permanentemente por el poder y aquellos pobres que suelen ser silenciosos que contaba Kapuscinski, los que nunca tuvieron una cuenta en Suiza y sí un reguero de trabajo casi esclavo que se prolongó durante toda una vida, los que jamás podrán atentar contra la seguridad de los Estados sencillamente porque se les niega desde su nacimiento el derecho a saber, los que no son los privilegiados del imperio, quienes sus derechos recogidos en constituciones de mentirijilla son siempre papel mojado, todos en una amalgama variopinta, contemplando anonadados el esplendor y la riqueza que se muestra desde el otro lado, el ampuloso, el de la ostentación como signo de vida, el de la acumulación sin límites y la privación de los demás como forma intrínseca de marcar territorio.

Es difícil sobrevivir en el otro lado del río, pero es donde más a gusto me siento, donde más empatía encuentro y donde más sueños florecen regados por las aguas que nos separan del paraíso. No importa que nuestras calles continúen teniendo nombres de embajadores franquistas en Berlín, ni que una telaraña de yugos y flechas atávicos colgando de los muros de los edificios nos recuerden permanentemente que siguen existiendo miles de muertos sin nombre enterrados en las cunetas ante la desidia de los suyos, mientras ellos, los de siempre, se mantienen en su insistencia de que el único paisaje que vislumbremos sea la inmensa suela del poder. La desmemoria y la apatía jamás podrán con la fuerza imparable de un sueño que se vive como una realidad recalcitrante.

Y aquí, en este lado del río, soñamos, porque de tanto arrebatarnos ya poca cosa nos queda aparte de soñar.



2 comentarios:

Anónimo dijo...

Lírico retrato de los pisoteados y desnudos de toda gloria, de los que miran la otra orilla sin brillo en los ojos y con hambre en los ojos, un hambre de justicia que jamás se digna ni tan siquiera rozarles. Son los perdedores de la historia, el fértil abono putrefacto del que se nutren nuestras sociedades para levantar un imperio basado en la explotación. Por eso están al otro lado, para la tranquilidad de unas conciencias ciegas y atrofiadas.
Un abrazo, Gregor.
Dan

Gregorio Verdugo dijo...

Gracias, Dan. Un abrazo.