El otro día hablaba de la soledad del alcalde, Alfredo Sánchez Monteseirín. Soledad en el partido y en la institución. No lo he visto tan solo en toda la década larga de mandato.
Monteseirín no aborda como antes los problemas, se limita a pasar sobre ellos de puntillas, casi sin hacer ruido, como deseando que nadie se dé cuenta de que ha estado ahí. A veces pienso que todo este tiempo le viene de sobras.
Tanto la dificultad de mantener dos líneas de actuación paralelas, que no tienen por qué ser coincidentes –es más, en ocasiones convendría que no lo fueran en absoluto–; la institucional y la del futuro candidato socialista a la alcaldía sevillana, Juan Espadas, como la delicada situación personal de un alcalde que parece no acaba de encontrar su sitio en el nuevo escenario político de la ciudad, favorecen el que el alcalde haya visto mermado su protagonismo en los asuntos capitales de la ciudad, guiado por una prudencia antes desconocida y que ahora parece ser la encargada de marcar la pauta.
Ante los ataques sistémicos de la oposición, Monteseirín ya no se defiende con el ardor de otrora. Se dedica simplemente a insistir con paciencia de santo en sus afirmaciones una y otra vez, eludiendo a toda costa el debate político y el fajarse cuerpo a cuerpo con el rival. En verdad ésa ya no es su misión primordial, sino acabar el mandato de la mejor manera posible sin limitar las posibilidades de su sucesor en la pugna por el sillón del consistorio.
En realidad el candidato del PP, Juan Ignacio Zoido, se encuentra ahora huérfano de rivales políticos. De ahí que se empeñe en señalar hacia quien no va a competir con él en las próximas municipales. Zoido está obsesionado en sacar el mayor rédito político al descomunal desgaste del alcalde. En realidad ya le ha ganado incluso en la red, a un bloguero experto como él. Pero las elecciones aún están muy lejos, mientras Monteseirín cada vez se encuentra más cercano al olvido político que a ser una presa apetecible de cara a sacar ventaja electoral.
El alcalde pugna ahora contra un enemigo más difícil y resistente: el recuerdo de la ciudadanía que lo aupó tres veces a la condición de regidor municipal. Es su batalla última y la más complicada de ganar, sobre todo tras el desgaste acumulado a lo largo de esta última legislatura y los escándalos que la han salpicado. No pretende ni siquiera convertirse en un problema interno para el partido, asumida ya de una vez su irreversible condición de cesante. Sólo hay que comprobar el cambio en las formas de exigir a sus compañeros de la Junta lo que cree de justicia para la ciudad para darse cuenta. Ahora no toca asumir a ultranza la defensa de los intereses de los ciudadanos, sino pasar lo más desapercibido posible, confundirse al máximo con el entorno y no hacer ruido alguno.
Es lo que tienen los finales de ciclo, que la tendencia al mimetismo acaba por convertirse en invisibilidad permanente.
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