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31 mayo 2010

Montesirín el grandilocuente

Alfredo Sánchez Monteseirín, alcalde de Sevilla, desde que acude a las cumbres de la Alianza de las Civilizaciones, se ha tomado a pecho eso de los discursos universales, predestinados sólo a los estadistas que están por encima de las fronteras y las patrias, y ahora, cada vez que se aúpa al púlpito, le ha dado por arengarnos con una pieza oratoria con pinta de salvoconducto al paraíso.
Como le dé por seguir así, con todo un año por delante hasta su relevo definitivo, al final acabaremos pidiéndole perdón por no haberle llamado a gobernarnos tres siglos antes.
Esta vez ha sido con motivo del acto de entega de las medallas de la ciudad de Sevilla, celebrado en el Teatro Lope de Vega ayer por la mañana.
El alcade volvió a calzarse el disfraz de Robin Hood y exigió a todo quisque "un esfuerzo a todos los niveles, sin dejar a nadie atrás".
Grandilocuente y visionario, tal y como nos tiene acostumbrados desde que se dedica a filosofar más sobre lo divino que sobre lo humano, nos conminó a "crear una conciencia global de los intereses humanos para fomentar un desarrollo más sostenible". Ahí es nada.
Y, casi sin despeinarse, prometió a continuación que acometerá "el trabajo que nos pide el Gobierno, pero sin renunciar a la política social".
Debe ser consecuencia de la exposición a las brisas marinas de Río de Janeiro, porque que lo de rebajarse el sueldo uno mismo cueste trabajo se entiende.
Lo que no se entiende tanto es hablar de conciencia global cuando no se posee lo básico: conciencia individual, uno de cuyos principios rectores, sobre todo cuando se trata de un cargo público, es el de predicar con el ejemplo.
A no ser que nos veamos en la obligación de tener que admitir el hecho de enviar su coche oficial a Barcelona para desplazarse por la ciudad condal con motivo de la Copa del Rey como gesto de austeridad. Menos mal que la final la jugó el Sevilla, que si llega a hacerlo el Betis de sus entretelas es capaz de llevarse el mismo jet privado que le trasladó a Turquía a todo lujo.
Y en cuanto a lo de no renunciar a las políticas sociales, pues eso. Con el mayor recorte social de la historia de la democracia española recién aprobado en el congreso, la amenaza cada vez más cierta de una reforma laboral que implante los 33 días de indemnización por despido improcedente y retrase la edad de jubilación a los 67 años, sin rozar ni de lejos la banca, la Iglesia católica, los poderes financieros y las grandes fortunas de este país, hablar de que no se renunciará a las políticas sociales no sólo es de mal gusto, sino que supone una tremenda falta de respeto a los ciudadanos que soportan como pueden cada uno de los bofetones que les propina esta maldita crisis.



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