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20 agosto 2009

Paremos las lapidaciones en Irán



Los mayores crímenes contra los derechos humanos se han cometido en nombre de algún dios. Si pudiésemos dotarnos de estadísticas desde el inicio de los tiempos descubriríamos sin sorpresa que las religiones aparecerían en cabeza del ranking de violadores de derechos humanos.

Los tribunales de Estrasburgo y de La Haya no darían abasto y tendrían que recurrir a las tan socorridas horas extras si tuvieran que enjuiciar a tanto cabrón disfrazado de santurrón como ha transitado -y transitan todavía- por el mundo. Es el macabro resultado de la atávica ecuación según la cual a medida que el ser humano evoluciona, aquellos que se han alimentado durante siglos de fomentar sus miedos e incertidumbres se aferran más a su poder y cometen barbaridades más atroces con tal de no perderlo.

El Islam no se iba a quedar atrás en esta práctica ancestral de joder al prójimo por quítame allá estas pajas, sobre todo cuando se ancla en el fundamentalismo más ancestral. Y eso mismo es lo que está ocurriendo en Irán, donde a pesar de que la Magistratura iraní ha anunciado en dos ocasiones la suspensión de las lapidaciones, todavía se siguen llevando a cabo, incluso en secreto.

Llevar a cabo esa práctica tan atroz y salvaje da una idea de lo que las religiones han querido siempre del ser humano. Y ahí siguen, erre que erre, inmunes al paso del tiempo y a la evolución de la especie. Suelen cebarse especialmente con las mujeres.

Sakineh Mohammadi es una mujer iraní condenada a muerte por lapidación por haber cometido adulterio estando casada. Anteriormente ya había sido condenada a recibir 99 latigazos por mantener una relación ilícita. El juicio, como suele suceder en estos casos, fue injusto y sin garantías y su abogado ha pedido a la Comisión de Amnistía e Indulto que se revise su caso. Si la comisión rechaza la petición, Sakineh será lapidada.

La Comisión de Derechos Humanos de la ONU -y cualquiera con dos dedos de razón- considera que tratar el adulterio como delito es contrario a las normas internacionales.

Pero a las religiones se la suda eso, ellas tienen su propio código arrastrado siglo tras siglo contra viento y marea e impuesto aunque sea con tinta de sangre.

La lapidación es un castigo concebido específicamente para aumentar el sufrimiento de la víctima. Para llevarla a cabo se escogen piedras lo suficientemente grandes como para causar dolor, pero no tanto como para matar a la víctima enseguida. Es la civilidad de los dioses que pretenden erigirse en nuestros modelos. En Irán se calcula que están a la espera de ser lapidados ocho mujeres y dos hombres.

Ya he colaborado en la recogida de firmas que Amnistía Internacional está realizando intentando parar esta salvajada. Alguna vez ha servido de algo y lo hemos conseguido, aunque nunca existen garantías de pararlo. Así son los fundamentalistas, tan antojadizos comos los dioses que dicen guiar sus actos.

Si crees que merece la pena intentarlo, ya estás tardando



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