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12 marzo 2009

Obama y los cuernos del toro de la educación


No se puede negar que Obama es un tipo valiente. No ha hecho más que llegar al cargo cuando ya se ha puesto a la tarea de acometer uno de los asuntos más espinosos para cualquier gobernante.

El farragoso y delicado tema de la educación de todo un país no es moco de pavo, no en vano buena parte de las expectativas de futuro de la nación pasan por la eficacia de las medidas que se tomen al respecto. El presidente más mediático de la Historia de los Estados Unidos lo ha dejado bien claro en su discurso.

"La causa de la prosperidad americana nunca ha sido meramente cómo amasamos nuestra riqueza, sino con qué eficacia educamos a nuestra ciudadanía"

Entre otras cosas, ha planteado nuevos retos, como la remuneración de los maestros sobre la base de los resultados de sus alumnos, conseguir que los distintos gobiernos estatales sean más exigentes a la hora de diseñar los temarios de las pruebas a las que someten anualmente a los alumnos de secundaria, ofrecer más fondos a las escuelas públicas, conceder más financiación para renovar las instituciones ya existentes, y una racionalización de la jornada escolar, consistente en solicitar a los distritos la inclusión de más horas y más días de clase, así como la implantación de jornadas escolares ampliadas para aquellos niños que las necesiten.

Mientras aquí nos degollamos unos a otros y empantanamos los tribunales decidiendo si impartimos religión o Educación para la Ciudadanía, Obama entra a saco en lo que de verdad importa, la calidad y la eficacia del ejercicio de la docencia, en la dotación de medios y en la toma de medidas para elevar el nivel de la enseñanza y, por tanto, la prosperidad futura del país.

Cuando escucho discursos tan coherentes en tema tan trascendental como este, se me viene siempre a la memoria el tan anhelado y demandado pacto de estado por la educación. Una medida que no por falta necesidad nunca hemos sido capaces de implantar en este país, seguramente porque ya hasta forma parte de nuestra idiosincrasia.

Aquí hemos estado experimentando con unas leyes u otras de dudosa eficacia, hasta siete en veinticinco años, dependiendo de quién ostentara el poder en cada momento y del color de su ideología, pero nunca hemos sido capaces de alcanzar un gran acuerdo que garantice la buena calidad de la enseñanza y hemos perdido los mejores años de varias generaciones de españoles echándonos la culpa unos a otros, sin importarnos que el bien último de la educación no es otro que formar mejores ciudadanos para el día de mañana.

Aquí preferimos debatir hasta la eternidad si plegarnos a la vetusta disciplina del crucifijo o a la más moderna y flexible del preservativo, y al cabo se impone como por arte de magia un tipo de costumbre que desatiende irresponsablemente la cultura del esfuerzo y el mérito.

Mientras, otros como Obama optan desde el primer momento por coger el toro por los cuernos.

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