El cese de Ignacio Escolar como director del diario Público ha revolucionado la red. Tanto los medios como los blogs se han hecho amplio eco de la noticia y se han lanzado a especular con interpretaciones de los hechos y a vaticinar el futuro inmediato de los medios en función de las mismas. En esta profesión, por lo que se ve, basta que se mueva un poco la brisa para que la peña se ponga a predecir inminentes huracanes.
Se han podido leer titulares como “La crisis de la generación blog” y se ha pronosticado el desinfle de “la burbuja de los gurús del periodismo 2.0”, sin faltar cierto tono de jactancia y el tibio reflejo de cierta envidia en algunos de los artículos sobre “el batacazo” de dos de los más activos representantes de un nuevo modo de entender y hacer el periodismo.
Se habla de “una batalla de poder generacional”, del propósito de “encaminar el rotativo desde una dirección más experta y a la vez asestar un duro golpe a El País”. Incluso Nacho de la Fuente, desde La huella digital, lo achaca a los ímpetus de la “generación tapón” por evitar el relevo en los medios que provoque la producción del periodismo que un buen número de lectores demanda.
Sin menospreciar a ninguna de las interpretaciones que se han vertido, no veo tanto el rechazo generacional como un temor inusitado al desapego del poder. El periodismo, que desgañita su voz ante el mundo exigiendo cambios en las políticas económicas ante la grave crisis que padecemos es incapaz de implantarlos en su propia casa ante la más que evidente y prolongada crisis de los medios tradicionales. Incoherencias que tiene la vida.
En realidad no es más que una cuestión de inmovilismo, de continuar a la sombra segura del poder bendecido por un titular amigo, de tener pocas ganas de innovar y atajar el problema más de fondo que tiene la prensa tradicional –la permanente pérdida de lectores- y de la preponderancia atávica que padece esta profesión donde prima más el beneficio económico del medio que su labor como servicio público y de interés social.
No me considero ningún gurú de esto, apenas estoy empezando a enterarme de cómo se compone un lead, pero tampoco hace falta ser un lumbreras para advertir que, tras todo este ruido, se esconde agazapado el miedo a un entorno en el que, a pesar de que representa el futuro más inmediato de la información, algunos acomodados no se sienten ni seguros ni capacitados, tanto por una inexcusable incapacidad de adaptación, como por un temor irreprimible a perder el control que han ejercido durante siglos.
Cada día que me adentro más en este mundo de la comunicación encuentro menos motivos para creer que en Internet no se pueda hacer periodismo de calidad, de hecho ya se hace en muchos sitios web. Sin embargo, desde los medios tradicionales se esgrime dicho argumento como la bandera a la que aferrarse antes de tirar la toalla en la batalla definitiva. Es el último bastión antes de reconocer la derrota. Ignacio Escolar y Juan Varela son dos buenos ejemplos de ello, mal que les pese a muchos, pero existen muchos más y los que quedan por venir.
La Historia de la humanidad nos ha enseñado no sólo que es imposible enfrentarse al progreso, sino que además es contraproducente. Los medios tradicionales se juegan el negocio haciéndolo y también su credibilidad, ya bastante por los suelos a día de hoy. Estoy seguro que estos reveses no van a conseguir que Nacho y Juan cambien la extraordinaria forma que tienen de narrar las historias. Ellos son periodistas, de los buenos, y saben mejor que nadie que una buena historia no depende del medio en el que se publica ni de las herramientas que se utilizan, sino del concepto y la convicción que uno tiene de lo que es y debe ser el periodismo. Pero ellos no le tienen miedo a las nuevas tecnologías y valoran y conocen sus potencialidades, mientras que otros, atenazados por el pánico paralizante a perder estatus, desperdician insulsamente la oportunidad de llegar a miles de lectores y a una generación que, con toda seguridad, marcará las pautas del futuro más inmediato de la prensa. Allá ellos.
Se han podido leer titulares como “La crisis de la generación blog” y se ha pronosticado el desinfle de “la burbuja de los gurús del periodismo 2.0”, sin faltar cierto tono de jactancia y el tibio reflejo de cierta envidia en algunos de los artículos sobre “el batacazo” de dos de los más activos representantes de un nuevo modo de entender y hacer el periodismo.
Se habla de “una batalla de poder generacional”, del propósito de “encaminar el rotativo desde una dirección más experta y a la vez asestar un duro golpe a El País”. Incluso Nacho de la Fuente, desde La huella digital, lo achaca a los ímpetus de la “generación tapón” por evitar el relevo en los medios que provoque la producción del periodismo que un buen número de lectores demanda.
Sin menospreciar a ninguna de las interpretaciones que se han vertido, no veo tanto el rechazo generacional como un temor inusitado al desapego del poder. El periodismo, que desgañita su voz ante el mundo exigiendo cambios en las políticas económicas ante la grave crisis que padecemos es incapaz de implantarlos en su propia casa ante la más que evidente y prolongada crisis de los medios tradicionales. Incoherencias que tiene la vida.
En realidad no es más que una cuestión de inmovilismo, de continuar a la sombra segura del poder bendecido por un titular amigo, de tener pocas ganas de innovar y atajar el problema más de fondo que tiene la prensa tradicional –la permanente pérdida de lectores- y de la preponderancia atávica que padece esta profesión donde prima más el beneficio económico del medio que su labor como servicio público y de interés social.
No me considero ningún gurú de esto, apenas estoy empezando a enterarme de cómo se compone un lead, pero tampoco hace falta ser un lumbreras para advertir que, tras todo este ruido, se esconde agazapado el miedo a un entorno en el que, a pesar de que representa el futuro más inmediato de la información, algunos acomodados no se sienten ni seguros ni capacitados, tanto por una inexcusable incapacidad de adaptación, como por un temor irreprimible a perder el control que han ejercido durante siglos.
Cada día que me adentro más en este mundo de la comunicación encuentro menos motivos para creer que en Internet no se pueda hacer periodismo de calidad, de hecho ya se hace en muchos sitios web. Sin embargo, desde los medios tradicionales se esgrime dicho argumento como la bandera a la que aferrarse antes de tirar la toalla en la batalla definitiva. Es el último bastión antes de reconocer la derrota. Ignacio Escolar y Juan Varela son dos buenos ejemplos de ello, mal que les pese a muchos, pero existen muchos más y los que quedan por venir.
La Historia de la humanidad nos ha enseñado no sólo que es imposible enfrentarse al progreso, sino que además es contraproducente. Los medios tradicionales se juegan el negocio haciéndolo y también su credibilidad, ya bastante por los suelos a día de hoy. Estoy seguro que estos reveses no van a conseguir que Nacho y Juan cambien la extraordinaria forma que tienen de narrar las historias. Ellos son periodistas, de los buenos, y saben mejor que nadie que una buena historia no depende del medio en el que se publica ni de las herramientas que se utilizan, sino del concepto y la convicción que uno tiene de lo que es y debe ser el periodismo. Pero ellos no le tienen miedo a las nuevas tecnologías y valoran y conocen sus potencialidades, mientras que otros, atenazados por el pánico paralizante a perder estatus, desperdician insulsamente la oportunidad de llegar a miles de lectores y a una generación que, con toda seguridad, marcará las pautas del futuro más inmediato de la prensa. Allá ellos.
2 comentarios:
Lo leí en el blog de Ezcritor, es una pena, a este chico de casta le viene al galgo, y además de ser un JASP se había ganado el puesto y se lo merecía con creces...Saludets.
Nuria: la verdad es que ha conseguido hacer un periódico completamente diferente, no sólo por la ideología, sino por la manera de entender el periodismo y de tratar los temas de actualidad.
Se le echará de menos en el papel.
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