Le conocí en una barra de un bar de madrugada. Acodado como una estatua a punto de derrumbarse y con la mirada sumergida en las profundidades del cubata. Tenía el rostro curtido por una brisa antigua y la barba cana de varios días. Parecía solo, no sin compañía, sino como si hubiera perdido algo definitivo. Aún hoy, un día después, no sé cuál es su nombre.
Dos cubatas más tarde y sin preámbulos, calibrando que yo tenía buen oído, me contó su vida con pinceladas salvajes, esbozos del pasado que se diluían en el ambiente de música y humo de un bar cualquiera.
Era divorciado y padre de dos hijos. La separación le costó la casa donde siempre había vivido y la licencia del taxi con el que siempre se había ganado la vida, que tuvo que vender para hacer frente a las obligaciones que se precipitaron sobre él. Culpa a su suegra del fracaso de su matrimonio, pero de una manera amarga, no resignada, como si le hubiera dado lo mismo culpar a otra persona cualquiera.
En el 92, cuando Sevilla se vestía de fiesta para mostrarse al mundo, emigró a Australia. El gobierno australiano le había regalado unas tierras con la condición de que las trabajara y residiera allí. Fue como una especie de terapia kilométrica, poner tierra de por medio para espantar la tristeza y, tal vez, la desolación. Apenas llevaba equipaje para el viaje, una maleta semivacía y una bolsa de plástico repleta de esquejes de olivo para preñar su nueva tierra.
Su finca es hoy una excelente y productiva plantación olivarera en las antípodas. Las aceitunas gordales y manzanillas le ayudan a sobrellevar la morriña de su tierra, me decía.
Desde entonces ha regresado dos veces, ésta era la tercera, para ver a sus hijos, pero las dos acabó detenido en una comisaría por incumplir la orden de alejamiento de 300 metros que le impuso un juez. No entró en detalles de cómo sucedieron los hechos, supongo que hay cosas que es mejor olvidar.
Estaba abatido por una resignación arraigada, ya casi compañera inseparable, porque –decía- sus hijos eran el único motivo por el que le apetecía volver. Pero el alejamiento no entiende de sentimientos ni de necesidades y esta sociedad es incapaz de buscar soluciones que no supongan la ruptura del mismo y permitan a un padre encontrarse con sus hijos sin que esto suponga un problema para nadie. En presencia de un juez si hace falta.
Me dijo que a la mañana siguiente iría a verlos de nuevo. La que fue su mujer seguramente no consentiría. Hoy, probablemente, estará pasando una excursión de domingo en los insondables humedales del punto cero.
14 diciembre 2008
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5 comentarios:
cada persona una historia, un punto cero, y tus ojos observan y tus manos nos lo cuentan.
Cambio de foto, me resultas entrañable,familiar, como si hablaramos entre cañas, como si me contaras las últimas noticias que han llegado.
Espero que ese hombre saque tiempo para sus hijos siempre, son una de las cosas primordiales de nuestra vida.
...pues yo espero k un buen amigo k va a pasar pronto por una separación, no le toquen su herramienta de trabajo: su preciado taxi...Me consta k volverá a remontar la vida...Y para mí, de momento, mis hijos lo mejor k me ha podido pasar, sin duda.Saludos.
Qué verdad es que la vida te sorprende cuando menos te lo esperas. Es lo que me pasó a mí con este tipo.
Oye, si tiene orden de alejamiento... será por algo ¿no?... (dicho ésto a bote pronto, sin conocer la historia, claro...)
Es que... algunos se acuerdan de sus sentimientos y de los demás demasiado tarde...
Supongo que sí, noimporta. Aunque tal vez sea mejor acordarse de los sentimientos y de los demás tarde que nunca.
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