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17 marzo 2008

Estampas de Semana Santa: El viacrucis de la Hermandad de la Sed

Para muchos sevillanos no creyentes o no practicantes, la Semana Santa se convierte en la excusa perfecta para tomar la calle y recorrer los bares de la ciudad, por estas fechas atestados hasta las trancas, en una especie de precalentamiento de motores para lo que se avecina dos semanas más tardes: la feria.

En los días en los que es imposible encontrar un hueco en la barra de los mejores bares de la ciudad, sobre todo si están ubicados en lugares estratégicos para el paso de cofradías, quienes viven la Semana Santa no como un acto de fervor religioso, sino como un espectáculo incomparable de luz y color que inunda las calles y las masifica hasta altas horas de la madrugada, toman las tabernas y se enrocan en los mostradores con cerveza y buenas tapas, dispuestos a suplir el ateísmo de siglos con grandes dosis de conversación y buena mesa. Es una excelente manera de encontrar razones nuevas para continuar pecando en las multitudes multicolores que aletargan los sentidos hasta casi atorarlos.
A veces, no hace falta ni esperar la llegada de la semana de pasión. Como cada año, la cofradía del barrio, para más inri denominada “La sed”, efectúa un viacrucis de su crucificado la noche del viernes de Dolores.
Esa tarde el barrio se convulsiona y los dueños de los bares se frotan las manos ante las expectativas de dos días de negocio formidables: el del viacrucis y el de la procesión en sí, el miércoles santo. Quizá provenga de ahí la tradicional manía que tienen todos de colgar en sus paredes enormes carteles con las imágenes de la hermandad.
Los ateos señalados del vecindario también recorremos las tabernas dicha noche, compartiendo las copas con los hermanos, los costaleros, los capillitas seculares y demás fauna procesional como si tal cosa. Y es que aquí, a la hora de beber, comer y disfrutar, se respeta a todo el mundo y cada cual vive la fiesta a su manera.
Así que, ni corto ni perezoso y como buen ateo que se precie, me lanzó a la calle con mi cámara al hombro a robarle momentos a la noche, beber cerveza y disfrutar de los amigos. Mientras tanto, el Cristo de la hermandad recorre las calles del barrio, transportado en una especie de parihuelas metálicas que semejan andamios, y los acólitos impregnan el aire ya atorado de azahar con sus fumarolas de incienso. Los abrazos de los reencuentros y las cañas a pie de barra se suceden unos tras otros y la conversación fluye instantánea y fresca, como el chorro de un manantial. Es lo que tiene encontrarte con esos amigos a los que nos ves todo lo que quisieras, pero que sabes que ese día no faltarán a la cita.
El caso es que la noche, a pesar de la solemnidad religiosa, suele acabar como muchas otras, recostados sobre una barra cualquiera, disfrutando de la mistad y el esparcimiento hasta que el cuerpo aguante y te veas obligado a regresar a casa utilizando el sistema Braille (lectura dactilar de las paredes que facilita sobremanera el camino de regreso a lomos de la cogorza).

1 comentario:

Anónimo dijo...

si nos cuentas cosas es como estar entre el gentío, oír las saetas o bebernos unas cañas!