Para prueba la fotografía que os muestro. Domingo de Ramos al filo de las nueve de la noche, la calle de San Pablo a rebosar para recibir a la Estrella de Triana, una de las cofradías más populares de la jornada, en su entrada a Sevilla tras cruzar el río. Mientras oteaba el horizonte con el objetivo de mi cámara en busca de una buena fotografía, descubro a este sorprendente chaval en mitad de la multitud, móvil en ristre, grabando el paso de la procesión.
Desconozco la banda urbana a la que pertenece, hace tiempo que dejé de estudiar la sociología de los barrios. Pero ahí lo tenéis, enclavado en el epicentro de la marabunta, con su traje oscuro y su corbata de rigor, como cualquier capillita que se precie en una tarde como esa, sus piercings, sus anillos estrambóticos, sus argollas de zíngaro y su engominado peinado tipográfico a juego. Indiferente al resto de los mortales, exhibiendo su pasión y su manera de vivir la Semana Santa sevillana como cualquiera, con la novia al lado (que no sale en la foto) acaballada en uno de esos taburetes plegables y portátiles que tan de moda pusieron los comerciantes chinos en la ciudad hispalense.
Desconozco lo que significa la inscripción tatuada a navajazos en el cabello, pero supongo que algo sumamente importante, al menos para él. Para que luego digan que tradición y modernidad no pueden ir de la mano, incluso hasta casarse.
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