Burbujas tras el cristal

A veces me cansa verlo todo tras el cristal, el mundo, desde ese ángulo, es una acumulación de reflejos difusos, una suerte de espejismo que te envuelve y te hace girar hacia adentro, como si dieses una voltereta sin retorno.

Me canso de ver, rodeado de burbujas de aire, a los humanos, al otro lado del manto líquido, empecinados en sus rutinas, deambulando a través de la pátina del cristal como los personajes de una película muda.

Todo lo que se mueve ahí afuera está distorsionado o apresado por el abrazo frío del cristal: Los que vivimos presos en su penitenciaría de luz sentimos el rayo candente de la libertad cuando la claridad lo atraviesa y nos inunda de vida, mas es una libertad fingida, percibida por los ojos ávidos tras la ceguera de la noche.

Al otro lado de la cortina líquida se esconde un mundo de siluetas, trazos indecisos y distorsionados por la física óptica en comunión con la materia orgánica. Veo los pasos y las miradas, siento sus saetas punzantes, los ojos que se posan a mi altura como volcanes oscuros penetrando mis movimientos. Veo la soledad reflejada en el reverbero del agua y la angustia en el reflejo del alma de quienes se acercan y, al dejar la sábana de vaho empañando el cristal, proyectan las sondas de su pena en el vaivén del agua inquieta.

Ellos viven allí, tras la frontera del cristal que no existe, en un mundo paralelo e inaccesible, pero jamás oculto. Dos universos que se cruzan y se observan el uno al otro, como viejos amigos que se encuentran en el camino después de años, como antiguos enemigos. Es un lastre de siglos que se convierte en algo nuevo cada día.

Y mientras chapoteo observándolos, convirtiéndome en testigo sin quererlo de sus quehaceres cotidianos, me martirizo anhelando cuándo carajo vendrá el alma sublime que consiga liberarme de una vez de la pecera.

Firmado: el pez diablo.