Viñeta de la edición impresa de ADN de hoy
Con motivo de la publicación en el diario El Mundo del reportaje “Cuando todos caen en las redes sociales (pdf)”, en el que se recogen algunas de sus ideas sobre las implicaciones que las redes sociales acarrean a la gestión de la identidad digital, Tíscar Lara ha planteado la continuación del debate a través de su blog.
Es cierto, y así hay que reconocerlo, que las identidades digitales de dominio público conllevan riesgos en temas tan cruciales como la credibilidad, la privacidad, la intimidad y la explotación comercial no consentida. Pero tampoco es menos cierto que conocemos la existencia de tales riesgos de antemano y que no son exclusivos de las redes sociales, sino que son aplicables a la red en general.
Porque, querámoslo o no, solemos ser bastante inocentes –aunque cada vez menos- al utilizar Internet. Quizás porque partimos de la premisa errónea de que todo el que la utiliza tiene las mismas intenciones que nosotros, cosa que no siempre es así.
Cuando aplicamos estos parámetros a los menores, entonces la cosa se complica sobremanera, porque en ellos la ingenuidad es inherente, como una piel provisional de la que han de desprenderse a lo largo de la vida.
Pero Tíscar hace especial incidencia en un aspecto que me parece fundamental a la hora de afrontar esta controversia: la red será lo que queramos los internautas y ésa, y no otra, es nuestra principal responsabilidad.
Para combatir estos inconvenientes ella apuesta por la educación orientada a conseguir la construcción de un mundo más justo y solidario. Y yo no puedo más que compartir completamente este planteamiento.
De nada serviría dotarnos de unas herramientas de comunicación tan potentes si no conseguimos hacerlas útiles para cambiar las cosas. Y eso sólo se consigue si somos capaces de apropiarnos de tales herramientas, hacerlas nuestras y conseguir que se usen para lo que nosotros queremos. Si nos quedamos en el umbral del ocio y el divertimiento no habremos avanzado nada.
Pero, cómo efectuar ese tránsito, ese ejercicio de apropiación de algo que es de dominio público y está al alcance de todos. Tíscar vuelve a ser contundente al respecto: aprendiendo a interpretar los lenguajes, las intenciones, los medios y los contextos. Discerniendo “quién dice qué, a quién, porqué, cómo, cuándo y para qué”.
En otras palabras, llevando a cabo un ejercicio de análisis del discurso que nos permita reflexionar de manera crítica para lograr el “uso libre y responsable” que nos ayude a cambiar el mundo.
Es cierto, y así hay que reconocerlo, que las identidades digitales de dominio público conllevan riesgos en temas tan cruciales como la credibilidad, la privacidad, la intimidad y la explotación comercial no consentida. Pero tampoco es menos cierto que conocemos la existencia de tales riesgos de antemano y que no son exclusivos de las redes sociales, sino que son aplicables a la red en general.
Porque, querámoslo o no, solemos ser bastante inocentes –aunque cada vez menos- al utilizar Internet. Quizás porque partimos de la premisa errónea de que todo el que la utiliza tiene las mismas intenciones que nosotros, cosa que no siempre es así.
Cuando aplicamos estos parámetros a los menores, entonces la cosa se complica sobremanera, porque en ellos la ingenuidad es inherente, como una piel provisional de la que han de desprenderse a lo largo de la vida.
Pero Tíscar hace especial incidencia en un aspecto que me parece fundamental a la hora de afrontar esta controversia: la red será lo que queramos los internautas y ésa, y no otra, es nuestra principal responsabilidad.
Para combatir estos inconvenientes ella apuesta por la educación orientada a conseguir la construcción de un mundo más justo y solidario. Y yo no puedo más que compartir completamente este planteamiento.
De nada serviría dotarnos de unas herramientas de comunicación tan potentes si no conseguimos hacerlas útiles para cambiar las cosas. Y eso sólo se consigue si somos capaces de apropiarnos de tales herramientas, hacerlas nuestras y conseguir que se usen para lo que nosotros queremos. Si nos quedamos en el umbral del ocio y el divertimiento no habremos avanzado nada.
Pero, cómo efectuar ese tránsito, ese ejercicio de apropiación de algo que es de dominio público y está al alcance de todos. Tíscar vuelve a ser contundente al respecto: aprendiendo a interpretar los lenguajes, las intenciones, los medios y los contextos. Discerniendo “quién dice qué, a quién, porqué, cómo, cuándo y para qué”.
En otras palabras, llevando a cabo un ejercicio de análisis del discurso que nos permita reflexionar de manera crítica para lograr el “uso libre y responsable” que nos ayude a cambiar el mundo.
No hay comentarios:
Publicar un comentario