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18 mayo 2021

La casa de los gatos, un porqué.

 

Tenía en la cabeza desde hace tiempo escribir la historia de una saga familiar. Una familia de cuatro generaciones. Una familia que sufre una diáspora por las circunstancias de los momentos difíciles que les les toca vivir. Un linaje de orgullo y de sangre. De casta y coraje. Porque La casa de los gatos es una novela sobre la sangre. Sobre el cauce de la sangre a lo largo del árbol genealógico familiar. Y, por eso mismo, es una historia de amor. La sangre es amor líquido, espeso. El amor a la sangre que fluye por nuestras venas. La sangre del amor. Porque el amor que sangra es el amor vivo, eterno. Y en la familia se mezcla todo, incluso la sangre. Pero lo que de verdad importa es el legado. La leyenda de esa corriente rojiza que une a sus miembros, a veces por caminos inverosímiles.

Para cuadrar la historia necesitaba un antepasado que fuera la simbolización de los antepasados de la estirpe. Ese personaje me lo regaló Rosa Montero en una columna, publicada en El País Semanal hace algunos años, titulada "Vencer a la Invencible". Allí, Rosa contaba las peripecias del capitán Francisco de Cuéllar y su periplo tras la hecatombe de la Invencible. Ella la había leído en un libro de T. P Kilfeather titulado "Irlanda, cementerio de la Armada española".

Solo me faltaba escoger los escenarios para desarrollar la historia. Me decanté por un pueblo perdido en la Castilla profunda, un lugar asolado por el virus de la despoblación para la primera parte. Y por mi barrio, Ciudad Jardín, y su centro neurálgico, la Gran Plaza —en la novela aparece como Plaza Cervantes—, para las dos partes restantes. Sencillamente porque es uno de los lugares más eclécticos y singulares de la ciudad en la que vivo.

Con esos mimbres me aventuré en la construcción del relato. Y veréis. Cuando comencé a escribir esta novela no era el mismo que cuando la terminé. Tampoco era el que soy ahora. La vida es una camino de transformación, de cambio insistente. El proceso de escritura de una novela es algo parecido. Mutas a medida que avanzas en la trama, en la construcción de los personajes, en la ansiada visión del final próximo. En la cuadratura de ese círculo, a fin de cuentas. Ese camino, ese pozo, te cambia. Experimenté muchas cosas mientras la escribí. Sentimientos y sensaciones de diversa índole. Toca temas profundos. Sin teorizar ni sentar cátedra, procurando que los personajes los saquen a la luz con sus actuaciones y sus palabras. La sangre y su legado. La orfandad. La valentía. El coraje. El orgullo. El amor. El tiempo. La lealtad. La amistad. El dolor. La pérdida. Y muchos más.

Me desnudé bastante mientras lo hice. Es bueno desnudarte en lo que escribes. Es como ponerte ante el espejo de ti mismo. Algunas situaciones surgieron de experiencias propias, otras de ajenas, contadas por otras bocas que no eran la mía. Todas tamizadas por el filtro de la ficción. Viví en esa ficción mientras la escribía, formé parte de ella. Era consciente de que un trozo de mí se quedaba en esas palabras, en esos párrafos. Y ahí está, en sus 321 páginas, para quien quiera adentrarse en ella. 







2 comentarios:

Anónimo dijo...

Te felicito, donde se puede comprar?
me encantaría leerla

Anónimo 1

Gregorio Verdugo dijo...

Puedes adquirirla a través de la web de la editorial:
https://www.edicionesenhuida.es/producto/la-casa-de-los-gatos/
Muchas gracias.