Las historias son seres vivos. Una vez contadas continúan su periplo por los pliegues de la actualidad hasta asentarse en la memoria colectiva de los hombres. Seres anónimos, desconocidos, son extraídos de la nada a través del relato y pasan a tener nombres y apellidos de la noche a la mañana. Las historias viven y otorgan el lugar que a cada cual pertenece en ese fantástico relato que es el transcurrir de la humanidad. Eso es precisamente lo que ha ocurrido con las 17 Rosas de Guillena (Sevilla), cuya historia narramos en su día.
De estar marginadas, sepultadas y olvidadas en el abismo de una fosa común, florecieron a las páginas de la historia de esta tierra gracias al tesón y a la inquebrantable voluntad de un grupo de familiares, asociaciones memorialistas y amigos que se negaban a que se perpetuasen en el limbo del olvido. Con su su esfuerzo infatigable lograron localizar y recuperar sus restos. Era a comienzos del año 2012 y nosotros estuvimos allí para contarlo.
Su empuje hizo posible que poco tiempo después los restos de las 17 mujeres asesinadas por el franquismo descansaran, por fin, en el cementerio municipal de Guillena. Previamente se efectuó una identificación a través del ADN en el laboratorio NBT de Bollulos de la Mitación que les otorgó de nuevo sus nombres y apellidos.
Hoy, esos mismos familiares, asociaciones y amigos continúan con su trabajo recogiendo testimonios y los han adjuntado a la querella argentina que persigue que los crímenes franquistas no queden en la impunidad. Además han elevado una denuncia al Juzgado de Sevilla, para que se investigue el cruel asesinato de estas 17 mujeres andaluzas y se inscriban en el Registro Civil como asesinadas, ya que todavía figuran como desaparecidas.
La historia de la ignominia continúa su devenir por la vida de los hombres tanto años después. Afortunadamente.
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