Es noche cerrada de viernes santo en la Puerta de Jerez. La multitud es conducida en reatas alineadas separadas mediante cintas plásticas para acceder o abandonar la estación del Metro. El subterráneo vomita muchedumbres que con gestos erráticos otean el horizonte para orientarse y elegir el camino a seguir. El ambiente tiene regusto a resaca de la madrugá.
En Almirante Lobo, la calle alopécica gracias a Zoido, se forman coros de jóvenes que discuten el lugar estratégico donde acudir a presenciar cualquiera de las siete procesiones que hoy hacen estación de penitencia. El Paseo de Colón, flanqueado por el río y su ribera de terrazas atestadas de guiris, es un desfile interminable de zombis encorbatados y trajeados, que deambulan como autómatas mientras suena un runrún de tambores que asciende por la Puerta del Carbón.
Por las encrucijadas de la calle Rodo pasa fugaz uno de los pasos de la Hermandad de la Carretería camino de su capilla. En una de sus bocacalles un grupo de sudorosos costaleros se abrazan con jolgorio. El Cristo de la Salud ya está dentro y celebran un desfile procesional exitoso. Una niña se les acerca y les pide una medalla. No les queda y además han de abandonar con celeridad el lugar para cuando lleguen los que cargan los otros dos pasos.
La calle Velarde luce esa luz macilenta de las farolas sevillanas que todo lo tiñe de nostalgia. La gente camina silenciosa rumbo a Antonia Díaz para enfilar el barrio del Arenal. Por la curva donde se abrazan las calles Arfe y Adriano ya avanzan los hermanos de la Hermandad de El Cachorro. Lo que en su día fue el monte del Baratillo es una masa amorfa de personas agolpadas que esperan pacientes que pase el Cristo de la agonía de una tragedia gitana provocada por mal de celos, según reza la leyenda.
Algo más de media hora después la célebre imagen de Francisco Antonio Gijón irrumpe en la explanada y se encamina a hacer el saludo ante la capilla de la Hermandad del Baratillo. El misterio se mueve como un barco por el espesor del aire. Es el caminar característico de los cristos de Triana. La banda suena y viste de solemnidad el momento. “Hoy es la noche de las marchas tristes —comenta una parroquiana a su acompañante mientras ve pasar el paso—, es un día de luto”.
Una diminuta tienda con el mostrador situado en la puerta de la calle hace el agosto vendiendo latas heladas de cerveza y refrescos a un euro. “¡Olé Triana!”, grita un tipo cuando los costaleros del Cachorro realizan el saludo ante el estandarte de la cofradía de el Arenal. A sus espaldas, la Maestranza sestea arropada por el manto negro de la noche.
Mientras pasa la extensa comitiva que precede al palio, el personal descansa y repone fuerzas como puede. Unos se sientan en las prohibidas sillas plegables que portan o en los bordillos de las aceras a comerse un bocadillo. Otros directamente sobre los capós y maleteros de los coches aparcados. Un portugués se acerca a su citröen y extrae dos bancos plegables de playa del maletero. La mujer que descansa sobre el capó se disculpa por usar su vehículo como asiento improvisado. “No me molesta en absoluto —le dice—, no se levante por favor”.
La Virgen del Patrocinio se asoma a la calle Adriano y en ese instante su palio refulgente se multiplica hasta el infinito en los cientos de pantallas de móviles que captan su llegada. Es una imagen caleidoscópica que se repite cada Semana Santa en las calles de Sevilla. “Izquierda adelante, derecha atrás”, se oye gritar al capataz para afrontar el giro. Un tipo, erudito en la cosa capillita, explica a dos foráneos lo que significan esas palabras cofrades con exactitud matemática y acompañándose de gestos con las manos.
Cuando la cofradía se aleja camino de Pastor y Landero, la multitud comienza a desintegrarse por las calles adyacentes y el horizonte se despeja de súbito. El portugués regresa a recoger a su vehículo, comprueba que todavía está íntegro y se dirige a la señora que lo ha usado todo el rato como asiento. “Voy a intentar sacarlo ahora, que si no no llego a Portugal”, le dice. Guiado por su señora efectúa engorrosas maniobras para sortear a los viandantes y logra enfilar la calle Antonia Díaz para abandonar la zona.
En una plataforma metálica elevada dos metros por encima de las cabezas de los mortales, un cámara del El Correo TV contempla la escena. Una joven lo requiere con insistencia desde el suelo y el chico se quita los auriculares que cubren sus orejas. “¿Sabe por dónde viene la O?”, le pregunta la muchacha. “Ni idea, grabo todas las que pasan, pero no sé por dónde tienen que venir”, contesta.
La Virgen de la O está en la esquina de la calle Temprado con Dos de Mayo, efectuando el saludo a la Virgen María Santísima de Guadalupe, de la Hermandad las Aguas, que asoma por los portones abiertos de su capilla a espaldas del Teatro Maestranza. El Jesús Nazareno de Pedro Roldán se aproxima a Adriano para seguir el rastro de la cofradía que la precede durante toda la jornada hasta llegar a Triana.
El Puente de Triana a esas horas es una pasarela peatonal con multitudes yendo y viniendo desde ambos lados del río. Sus farolas están apagadas y la oscuridad es absoluta. De los bajos del Paseo Marqués del Contadero asciende un hedor insufrible a micción colectiva. Multitud de personas esperan sentadas sobre el bordillo metálico que separa el carril bici del asfalto el paso del cortejo.
Desde el horizonte de Sevilla, el nazareno avanza alumbrado por los faroles y deja a su espalda la zona donde una vez estuvo la Puerta de Triana. Manuel Chaves relata que aquel era el lugar donde se reunían “los rateros y truhanes que mejor cobraban el barato y tenían siempre cuentas pendientes con la justicia”. Ahora la reunión tiene otros protagonistas y un cariz distinto.
Mientras contempla el paso del porteador de la cruz, una mujer pregunta a una conocida si su hijo ha salido este año de nazareno. La silueta de la Torre Pelli al fondo preside la escena. “Qué va hija, se tuvo que ir a Londres a buscar trabajo porque aquí no encontraba nada”, le responde. Y al reportero esas palabras le evocan la mítica canción Wish You Were Here de Pink Floyd. Debe ser la resaca de la madrugá.
1 comentario:
Magnífico artículo....
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