El espíritu del 18
de julio se implantó ayer en las calles de Sevilla. La nostálgica Delegada del
Gobierno en Andalucía, Carmen Crespo, ha sido la única responsable de este
patético retroceso en el tiempo que hizo que se contemplaran escenas ya casi
olvidadas en el centro histórico de la ciudad. La gloria no entiende de
calendarios.
La protesta
denominada #18JBarbacoaConstituyente, que convocaron el 15M y otros colectivos ciudadanos frente a la sede
del Partido Popular en la calle San Fernando, no difería en nada de otras
anteriores. Apenas 300 personas concentradas en una tarde de verano bajo un
calor tórrido y sofocante, un nutrido grupo de periodistas y gráficos
moviéndose de un lado a otro de la acera para dar cuenta de lo que acontecía y
muchos viandantes y ciclistas transitando con toda normalidad por la avenida
peatonal. Hasta el tranvía parecía agotado por el sopor con su paso cansino de
fierros que se besan.
Como casi siempre,
el grupo inicial no superaba al de agentes uniformados presentes para
garantizar el orden público. Poco a poco se fueron sumando más personas, lo que
no debió de gustarles nada a los policías que ya empezaron a mostrar signos de
nerviosismo inusuales. Supongo que el cóctel de esa inquietud sorpresiva y las
órdenes que habían recibido fue lo que precipitó el resto de los
acontecimientos.
Imagínense el
céntrico bulevar sevillano, pero en un retrato en sepia, como aquellos tan
habituales en los tiempos lejanos que Queipo de Llano gobernaba con mano férrea
e implacable los designios de la ciudad. Furgones policiales flanqueando la
puerta de la sede de los populares e impidiendo el paso por las aceras
aledañas. Cintas plásticas con el distintivo de la policía rodeando los árboles
enclenques de la avenida y formando una especie de corralito ante la entrada.
Cordones de agentes uniformados, casco al cincho y caras serias, pendientes en
todo momento de los movimientos inexistentes de la plebe apelotonada al otro lado
de la calle. Todo muy retro, impregnado por una nostalgia rancia y peligrosa.
En la acera
contraria, varios centenares de manifestantes arrinconados contra la valla del
rectorado de la Universidad bajo el sol implacable de julio y separados por
otro cordón policial que impedía que pudieran moverse por el amplio espacio que
abarca la ancha avenida. Sólo el paso del tranvía rompía de vez en cuando la
soporífera quietud instalada en el ambiente. Ni si quiera el grito de las
consignas era en ese momento atronador.
Pero por lo visto no
era ese el ambiente que los agentes deseaban para una agotadora tarde de verano
en el sur. Y, como casi siempre ocurre, ciertos Robocops reclamaron para sí el
protagonismo que tanto anhelan. Algunos se esmeraban en conversar con los
presentes, intentando en todo momento descargar las tintas y otorgar rango de
normalidad a la protesta ciudadana. Pero otros estaban deseando que saltase
cualquier chispa para intervenir y, viendo que eso no sucedía, no dudaban en
provocar a los asistentes con sus gestos y sus palabras y amenazas. A varios se
les notaba demasiado en el rostro que se morían de ganas de repartir.
A partir de ahí
comenzaron las identificaciones. Primero, y como siempre, a esos ciudadanos,
tan molestos como moscas cojoneras, que se dedican grabar y fotografiar cuanto
ocurre en este tipo de encuentros para después contarlo a la opinión pública:
los periodistas. Y luego a cualquier ciudadano que esté mostrando su
indignación mediante la protesta y además de manera indiscriminada. Mientras de
los bolsillos de los gráficos y plumillas afloraban las acreditaciones de
prensa, el resto de los uniformados se esmeraba con los enlatados contra la
verja de hierro.
Fue entonces cuando
a un tipo le dio por bailar acompañado de dos mujeres en el centro de la calle.
Ante la comisión de semejante delito y falta de consideración al orden público,
la respuesta de los agentes no se hizo esperar. Uno de ellos se abalanzó sobre
una de las mujeres y la retuvo por un brazo. El caballero se volvió para
auxiliarla y la tercera se escabulló entre los concentrados con rapidez. De
nada sirvió, escasos segundos después se llevaron a los tres dentro del
corralito de las cintas plásticas para identificarlos.
La reacción del
resto fue romper el cordón policial y rodear el espacio acordonado al grito de
“libertad, libertad” haciendo
retroceder a los agentes que conformaban la primera muralla. El nerviosismo y
la tensión fueron en aumento durante unos momentos y los temblores afloraron a
las manos de algunos policías, que sólo en aquellos momentos parecían haberse
percatado de la gran diferencia existente en cuanto a número. Y todo por un
simple e inofensivo baile.
Una vez
identificados los bailarines, les permitieron que regresaran con el resto y
retornó de nuevo la calma inicial. La protesta continuaba en los mismos
términos y la normalidad se instalaba de nuevo con intención de quedarse. Pero
las identificaciones a la prensa continuaban y en esas apareció el personajillo
de paisano que apestaba a bodega y que decía ser un mando de las fuerzas del
orden, aunque en ningún momento se identificó como tal.
El tipo, ataviado
con un polo carmesí y un pantalón vaquero ajustado, peinaba canas en el poco
pelo que le quedaba y tenía cara de mala leche. Primero discutió con varios gráficos
a los que obligó a identificarse y amenazó con requisarles sus cámaras. Luego,
ni corto ni perezoso, se metió en medio de los concentrados a voz en grito y
sin parar de gesticular con las manos, seleccionando uno por uno a quienes los
agentes debían identificar después. Parecía obsesionado en que aquello
estallase al precio que fuese.
Para colmo había
otros dos tipos de paisano camuflados en medio del gentío que muchos de los
asistentes aseguraban que eran policías infiltrados. El nerviosismo volvió a
hacer acto de presencia y el ambiente se caldeaba por momentos. A partir de
ahí, los policías perdieron totalmente los papeles insuflados por no se sabe
qué maléfica influencia.
Comenzaron entonces
las actuaciones estúpidas y arbitrarias sin otra finalidad que alterar el ánimo
de los presentes y provocar un enfrentamiento tan inútil como innecesario. Alrededor
de una decena de agentes penetraron en el grupo y acorralaron a una mujer
contra la verja al tiempo que dos de ellos procedían a identificarla. El
personajillo, mientras tanto, discutía acaloradamente con otro grupo de
personas que recriminaban el comportamiento de las fuerzas del orden.
Después continuaron
con otras dos mujeres que superaban la cincuentena con las que utilizaron el
mismo procedimiento: rodearlas de agentes, acorralarlas contra la verja y
proceder a su identificación. En paralelo, la gente mostraba su indignación
gritando y recriminando a voces este tipo de actuaciones. La gota que estuvo a
punto del colmar el vaso fue cuando hicieron lo mismo con un matrimonio que
portaba a un niño pequeño en un carrito.
El ambiente se
tensó hasta un punto casi insoportable. Los agentes se percataron y procedieron
con rapidez para quitarse de en medio cuanto antes. “No tengo trabajo, no tengo
nómina por culpa de gente como ustedes” le espetó la mujer cuando ya se
marchaban con sus datos anotados en una libreta de bolsillo. Algo debió
contestarle el Robocop de turno sobre la multa que recibiría en breve, cuando
su marido acabó gritando: “Ojalá tengas suerte y te quiten a ti también la
próxima paga”.
La calma retornó de
nuevo con la retirada de las fuerzas de seguridad a sus posiciones de origen.
Poco a poco el grupo se fue dispersando y los policías se dirigieron hacia los
furgones aparcados junto a la glorieta que da acceso a la avenida. El
personajillo insufrible ya caminaba calle abajo hacia la Puerta de Jerez,
probablemente en busca de su próxima tasca. Sevilla en verano, cuando el calor
aprieta, es bastante proclive a este tipo de alucinaciones.
Artículo publicado en sevilla report.
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