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19 julio 2013

Y el espíritu del 18 de julio se instaló en Sevilla



  
El espíritu del 18 de julio se implantó ayer en las calles de Sevilla. La nostálgica Delegada del Gobierno en Andalucía, Carmen Crespo, ha sido la única responsable de este patético retroceso en el tiempo que hizo que se contemplaran escenas ya casi olvidadas en el centro histórico de la ciudad. La gloria no entiende de calendarios.

La protesta denominada #18JBarbacoaConstituyente, que convocaron el 15M y otros colectivos ciudadanos frente a la sede del Partido Popular en la calle San Fernando, no difería en nada de otras anteriores. Apenas 300 personas concentradas en una tarde de verano bajo un calor tórrido y sofocante, un nutrido grupo de periodistas y gráficos moviéndose de un lado a otro de la acera para dar cuenta de lo que acontecía y muchos viandantes y ciclistas transitando con toda normalidad por la avenida peatonal. Hasta el tranvía parecía agotado por el sopor con su paso cansino de fierros que se besan.

Como casi siempre, el grupo inicial no superaba al de agentes uniformados presentes para garantizar el orden público. Poco a poco se fueron sumando más personas, lo que no debió de gustarles nada a los policías que ya empezaron a mostrar signos de nerviosismo inusuales. Supongo que el cóctel de esa inquietud sorpresiva y las órdenes que habían recibido fue lo que precipitó el resto de los acontecimientos.

Imagínense el céntrico bulevar sevillano, pero en un retrato en sepia, como aquellos tan habituales en los tiempos lejanos que Queipo de Llano gobernaba con mano férrea e implacable los designios de la ciudad. Furgones policiales flanqueando la puerta de la sede de los populares e impidiendo el paso por las aceras aledañas. Cintas plásticas con el distintivo de la policía rodeando los árboles enclenques de la avenida y formando una especie de corralito ante la entrada. Cordones de agentes uniformados, casco al cincho y caras serias, pendientes en todo momento de los movimientos inexistentes de la plebe apelotonada al otro lado de la calle. Todo muy retro, impregnado por una nostalgia rancia y peligrosa.

En la acera contraria, varios centenares de manifestantes arrinconados contra la valla del rectorado de la Universidad bajo el sol implacable de julio y separados por otro cordón policial que impedía que pudieran moverse por el amplio espacio que abarca la ancha avenida. Sólo el paso del tranvía rompía de vez en cuando la soporífera quietud instalada en el ambiente. Ni si quiera el grito de las consignas era en ese momento atronador.

Pero por lo visto no era ese el ambiente que los agentes deseaban para una agotadora tarde de verano en el sur. Y, como casi siempre ocurre, ciertos Robocops reclamaron para sí el protagonismo que tanto anhelan. Algunos se esmeraban en conversar con los presentes, intentando en todo momento descargar las tintas y otorgar rango de normalidad a la protesta ciudadana. Pero otros estaban deseando que saltase cualquier chispa para intervenir y, viendo que eso no sucedía, no dudaban en provocar a los asistentes con sus gestos y sus palabras y amenazas. A varios se les notaba demasiado en el rostro que se morían de ganas de repartir.


A partir de ahí comenzaron las identificaciones. Primero, y como siempre, a esos ciudadanos, tan molestos como moscas cojoneras, que se dedican grabar y fotografiar cuanto ocurre en este tipo de encuentros para después contarlo a la opinión pública: los periodistas. Y luego a cualquier ciudadano que esté mostrando su indignación mediante la protesta y además de manera indiscriminada. Mientras de los bolsillos de los gráficos y plumillas afloraban las acreditaciones de prensa, el resto de los uniformados se esmeraba con los enlatados contra la verja de hierro.

Fue entonces cuando a un tipo le dio por bailar acompañado de dos mujeres en el centro de la calle. Ante la comisión de semejante delito y falta de consideración al orden público, la respuesta de los agentes no se hizo esperar. Uno de ellos se abalanzó sobre una de las mujeres y la retuvo por un brazo. El caballero se volvió para auxiliarla y la tercera se escabulló entre los concentrados con rapidez. De nada sirvió, escasos segundos después se llevaron a los tres dentro del corralito de las cintas plásticas para identificarlos.

La reacción del resto fue romper el cordón policial y rodear el espacio acordonado al grito de “libertad, libertad” haciendo retroceder a los agentes que conformaban la primera muralla. El nerviosismo y la tensión fueron en aumento durante unos momentos y los temblores afloraron a las manos de algunos policías, que sólo en aquellos momentos parecían haberse percatado de la gran diferencia existente en cuanto a número. Y todo por un simple e inofensivo baile.

Una vez identificados los bailarines, les permitieron que regresaran con el resto y retornó de nuevo la calma inicial. La protesta continuaba en los mismos términos y la normalidad se instalaba de nuevo con intención de quedarse. Pero las identificaciones a la prensa continuaban y en esas apareció el personajillo de paisano que apestaba a bodega y que decía ser un mando de las fuerzas del orden, aunque en ningún momento se identificó como tal.

El tipo, ataviado con un polo carmesí y un pantalón vaquero ajustado, peinaba canas en el poco pelo que le quedaba y tenía cara de mala leche. Primero discutió con varios gráficos a los que obligó a identificarse y amenazó con requisarles sus cámaras. Luego, ni corto ni perezoso, se metió en medio de los concentrados a voz en grito y sin parar de gesticular con las manos, seleccionando uno por uno a quienes los agentes debían identificar después. Parecía obsesionado en que aquello estallase al precio que fuese.

Para colmo había otros dos tipos de paisano camuflados en medio del gentío que muchos de los asistentes aseguraban que eran policías infiltrados. El nerviosismo volvió a hacer acto de presencia y el ambiente se caldeaba por momentos. A partir de ahí, los policías perdieron totalmente los papeles insuflados por no se sabe qué maléfica influencia.

Comenzaron entonces las actuaciones estúpidas y arbitrarias sin otra finalidad que alterar el ánimo de los presentes y provocar un enfrentamiento tan inútil como innecesario. Alrededor de una decena de agentes penetraron en el grupo y acorralaron a una mujer contra la verja al tiempo que dos de ellos procedían a identificarla. El personajillo, mientras tanto, discutía acaloradamente con otro grupo de personas que recriminaban el comportamiento de las fuerzas del orden.

Después continuaron con otras dos mujeres que superaban la cincuentena con las que utilizaron el mismo procedimiento: rodearlas de agentes, acorralarlas contra la verja y proceder a su identificación. En paralelo, la gente mostraba su indignación gritando y recriminando a voces este tipo de actuaciones. La gota que estuvo a punto del colmar el vaso fue cuando hicieron lo mismo con un matrimonio que portaba a un niño pequeño en un carrito.

El ambiente se tensó hasta un punto casi insoportable. Los agentes se percataron y procedieron con rapidez para quitarse de en medio cuanto antes. “No tengo trabajo, no tengo nómina por culpa de gente como ustedes” le espetó la mujer cuando ya se marchaban con sus datos anotados en una libreta de bolsillo. Algo debió contestarle el Robocop de turno sobre la multa que recibiría en breve, cuando su marido acabó gritando: “Ojalá tengas suerte y te quiten a ti también la próxima paga”.

La calma retornó de nuevo con la retirada de las fuerzas de seguridad a sus posiciones de origen. Poco a poco el grupo se fue dispersando y los policías se dirigieron hacia los furgones aparcados junto a la glorieta que da acceso a la avenida. El personajillo insufrible ya caminaba calle abajo hacia la Puerta de Jerez, probablemente en busca de su próxima tasca. Sevilla en verano, cuando el calor aprieta, es bastante proclive a este tipo de alucinaciones.

Artículo publicado en sevilla report.

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