Durante
un acto de aquel Congreso del PSOE-A celebrado en Sevilla que eligió a Griñán
como secretario general, Felipe González contó a los asistentes que eligió la
capital andaluza como primer destino del AVE español porque, de no haberlo
hecho, “la alta velocidad jamás hubiera llegado al sur”. Aquella decisión
tendría sus frutos en los años dorados de la Expo 92 y la olimpiada de
Barcelona. Todavía hoy seguimos con la burbuja de los railes.
Ya
han pasado 21 años desde entonces y nos hemos gastado 47.000 millones de euros en la red de alta velocidad
española, la segunda del mundo y primera de Europa
con sus 3.200 kilómetros de recorrido. Buena parte de este desarrollo ha sido a
costa de mermar la red ferroviaria convencional.
Una
cuestionada y onerosa infraestructura de servicio que cuenta con 31 estaciones,
algunas de ellas en verdaderos páramos, y que tiene una tasa media de ocupación
del 75% -sólo desde que a principios de año decidieron bajar drásticamente los
precios del billete- y una tasa de viajero por kilómetro por debajo de 3,
cuando en Francia supera los 40.
Escribe
hoy Isaac Rosa en eldiario.es
que “España es un AVE”, una
infraestructura megalómana y onerosa que no sólo refleja nuestro pasado más
reciente y el presente de un país que, como dijo Rajoy ayer en la inauguración
del tramo hasta Alicante, está “a la altura de sus obras”. El AVE
es también un fiel reflejo del futuro inmediato que nos espera como país: “un paisaje pintoresco cruzado por trenes
veloces desde los que hacen fotos los turistas, y que sólo se detiene en los
grandes núcleos”.
Y la
visión no puede ser más acertada. España ya es como el predio de un safari
pintoresco, con los turistas a salvo de la España real cabalgando a lomos de
veloces locomotoras que lo cruzan de parte a parte mientras agotan las baterías
de las réflex en acumular recuerdos en imágenes de su paso por la jungla.
O lo
que es peor, Hispania como Parque Jurásico; el paraje insólito donde habitan
diplodocus huérfanos de todo tipo de derechos y con unas condiciones de vida
muy por debajo se sus semejantes de los países limítrofes, mientras los
visitantes lo atraviesan a salvo por corredores de vallas electrificadas
subidos en el trenecito eléctrico acristalado que los protege de las fieras sin
control de la selva. No le podía haber salido mejor la metáfora al presidente del
Gobierno.
No hay comentarios:
Publicar un comentario