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25 marzo 2013

El resurgir del aguilucho en Sevilla

Recién finiquitada la dictadura, allá a finales de los 70, me encontré por la calle a mi amigo Paco Toscano, ceramista y excelente pintor, caminando con la cabeza gacha y el brazo derecho —su herramienta de trabajo— escayolado hasta el codo.

Cuando le pregunté sorprendido por lo que le había ocurrido me contó que un grupo de individuos le paró en mitad de la calle Harinas bien avanzada la noche de un sábado, mientras regresaba de una de aquellas míticas farándulas de rock y cervezas que se estilaban entonces. Los tipos le conminaron a cantar el cara al sol y mi amigo Paco, que además de pertenecer al bando ideológico opuesto no cantaba ni los números de la lotería, se negó rotundamente. Aquellos energúmenos, que debían de conocer su actividad profesional sin que se supiera cómo, le rompieron todos los dedos de su mano diestra como recompensa a su ineptitud musical y su más que evidente falta de complacencia.

Unos años antes, el cuatro de diciembre de 1977, la manifestación celebrada en Sevilla por el derecho a la autonomía de Andalucía alcanzó la encrucijada de la hoy Avenida de la Constitución con el Banco de España. Un grupo de ultras, que había proferido insultos a los manifestantes desde los balcones del piso superior de la Confitería Filella, bajó y atacó a la cabecera de la marcha ataviados con cascos y bates de béisbol. Cuando la gente reaccionó para repeler la agresión y se encaminó hacia la entrada del edificio situada en la calle Fernández y González, la policía ya estaba allí, rodeando y protegiendo el inmueble desde el que había partido el ataque. Una escena que se ha repetido una y otra vez en la historia de la lucha por la libertad de este pueblo.

En aquella época era de lo más habitual este tipo de coletazos de los nostálgicos del régimen que acababa de pasar página, o al menos eso creíamos nosotros. Y siempre actuaban protegidos por lo que se ha dado en llamar “las fuerzas vivas de la ciudad”. Se contaba por entonces que en el barrio de Los Remedios había una patrulla nocturna que recorría sus calles a bordo de un Seat 131 Supermirafiori armados de escopetas y bates de béisbol para limpiarlas de indeseables. También en la barriada de los Condes de Bustillo o en la de Sairu, tras el Edificio Huerta del Rey, existían grupos organizados que operaban en la zona y que usaban como centros neurálgicos algunos institutos cercanos. En los carteles que solían colocar en los pasillos de las aulas podían leerse consignas como la siguiente: “Soy un papel y por lo tanto soy antidemocrático. A ver quién tiene cojones de arrancarme de la pared”.

La fatídica noche del 23F hubo fiesta en la calle Virgen del Refugio, en el barrio de Los Remedios. Yo vivía por aquel entonces en la calle Santo Ángel, justo detrás, y desde el balcón de mi casa pude observar las celebraciones en plena calle por el alzamiento militar de Tejero y sus guardias civiles que se prolongaron hasta altas horas de la madrugada. Algunas de las caras alegres y jocosas que brindaban vaso en alto por la nueva desgracia que le había sobrevenido al país eran bien conocidas en los mentideros políticos y sociales de la ciudad.

Ahora, treinta y ocho años después de superada la dictadura, algunas cosas parecen haber cambiado algo. Sin embargo, otras continúan inmunes a la pátina del tiempo. Los ultraderechistas se adaptan a los tiempos que corren, mimetizándose en los movimientos ciudadanos y haciendo de la creciente desafección hacia la política y los políticos su caldo de cultivo particular para expandir su ideología. Tampoco falta el aliento inestimable de cierto tipo de prensa local.

En la Sevilla del siglo XXI estos residuos del pasado continúan vivos a través de asociaciones supuestamente cívicas que mantienen un alto grado de actividad en la vida cotidiana. Casi lo mismo que entonces. Se aprovechan de las consecuencias de una crisis tan abominable como la que padecemos para extender la intolerancia y el racismo camuflados en protestas sociales que tienen un fondo de legitimidad, pero que se señalan demasiado por estar impregnadas de ese miedo al otro, al diferente, que las hace tan características.

Hace unos días, vecinos del barrio de la Macarena tuvieron que salir a las calles para detener las atrocidades que se estaban cometiendo contra indigentes e inmigrantes por parte de unas supuestas “patrullas ciudadanas” que recuerdan demasiado a aquellas de finales de los setenta y principios de los ochenta que recorrían los mejores barrios sevillanos para protegerlos de “la chusma”.

Se trata de gente demasiado conocida e integrada en el batallón de “las fuerzas vivas de la ciudad”, que están perfectamente organizadas y que incluso reciben subvenciones del Ayuntamiento que dirige Juan Ignacio Zoido. Sus actuaciones van dirigidas contra el eje central de la convivencia cívica y crean un alto grado de alarma social que ya ha provocado alguna respuesta por parte de la ciudadanía. Unos hechos más que preocupantes que demuestran que en Sevilla hay cosas inalterables que parecen imposibles de cambiar a pesar del transcurrir del tiempo. Será eso que algunos denominan “la Sevilla eterna”.

Artículo publicado en sevilla report.

3 comentarios:

Anónimo dijo...

Eres un Periodista, desde la cabeza a las teclas, poniendo los pies sobre las calles. Valiente, dices lo que hay que decir sin miedo.
Megustas

Gregorio Verdugo dijo...

Muchas gracias, Megustas.

union4ruedas dijo...

Gran artículo. Gracias por compartir