Recién
finiquitada la dictadura, allá a finales de los 70, me encontré por la
calle a mi amigo Paco Toscano, ceramista y excelente pintor, caminando
con la cabeza gacha y el brazo derecho —su herramienta de trabajo—
escayolado hasta el codo.
Cuando
le pregunté sorprendido por lo que le había ocurrido me contó que un
grupo de individuos le paró en mitad de la calle Harinas bien avanzada
la noche de un sábado, mientras regresaba de una de aquellas míticas
farándulas de rock y cervezas que se estilaban entonces. Los tipos le
conminaron a cantar el cara al sol y mi amigo Paco, que además de
pertenecer al bando ideológico opuesto no cantaba ni los números de la
lotería, se negó rotundamente. Aquellos energúmenos, que debían de
conocer su actividad profesional sin que se supiera cómo, le rompieron
todos los dedos de su mano diestra como recompensa a su ineptitud
musical y su más que evidente falta de complacencia.
Unos
años antes, el cuatro de diciembre de 1977, la manifestación celebrada
en Sevilla por el derecho a la autonomía de Andalucía alcanzó la
encrucijada de la hoy Avenida de la Constitución con el Banco de España.
Un grupo de ultras, que había proferido insultos a los manifestantes
desde los balcones del piso superior de la Confitería Filella, bajó y
atacó a la cabecera de la marcha ataviados con cascos y bates de
béisbol. Cuando la gente reaccionó para repeler la agresión y se
encaminó hacia la entrada del edificio situada en la calle Fernández y
González, la policía ya estaba allí, rodeando y protegiendo el inmueble
desde el que había partido el ataque. Una escena que se ha repetido una y
otra vez en la historia de la lucha por la libertad de este pueblo.
En
aquella época era de lo más habitual este tipo de coletazos de los
nostálgicos del régimen que acababa de pasar página, o al menos eso
creíamos nosotros. Y siempre actuaban protegidos por lo que se ha dado
en llamar “las fuerzas vivas de la ciudad”. Se contaba por entonces que
en el barrio de Los Remedios había una patrulla nocturna que recorría
sus calles a bordo de un Seat 131 Supermirafiori armados de escopetas y
bates de béisbol para limpiarlas de indeseables. También en la barriada
de los Condes de Bustillo o en la de Sairu, tras el Edificio Huerta del
Rey, existían grupos organizados que operaban en la zona y que usaban
como centros neurálgicos algunos institutos cercanos. En los carteles
que solían colocar en los pasillos de las aulas podían leerse consignas
como la siguiente: “Soy un papel y por lo tanto soy antidemocrático. A
ver quién tiene cojones de arrancarme de la pared”.
La
fatídica noche del 23F hubo fiesta en la calle Virgen del Refugio, en
el barrio de Los Remedios. Yo vivía por aquel entonces en la calle Santo
Ángel, justo detrás, y desde el balcón de mi casa pude observar las
celebraciones en plena calle por el alzamiento militar de Tejero y sus
guardias civiles que se prolongaron hasta altas horas de la madrugada.
Algunas de las caras alegres y jocosas que brindaban vaso en alto por la
nueva desgracia que le había sobrevenido al país eran bien conocidas en
los mentideros políticos y sociales de la ciudad.
Ahora,
treinta y ocho años después de superada la dictadura, algunas cosas
parecen haber cambiado algo. Sin embargo, otras continúan inmunes a la
pátina del tiempo. Los ultraderechistas se adaptan a los tiempos que
corren, mimetizándose en los movimientos ciudadanos y haciendo de la
creciente desafección hacia la política y los políticos su caldo de
cultivo particular para expandir su ideología. Tampoco falta el aliento
inestimable de cierto tipo de prensa local.
En
la Sevilla del siglo XXI estos residuos del pasado continúan vivos a
través de asociaciones supuestamente cívicas que mantienen un alto grado
de actividad en la vida cotidiana. Casi lo mismo que entonces. Se
aprovechan de las consecuencias de una crisis tan abominable como la que
padecemos para extender la intolerancia y el racismo camuflados en
protestas sociales que tienen un fondo de legitimidad, pero que se
señalan demasiado por estar impregnadas de ese miedo al otro, al
diferente, que las hace tan características.
Hace unos días, vecinos del barrio de la Macarena tuvieron que salir a las calles para detener las atrocidades que se estaban cometiendo contra indigentes e inmigrantes
por parte de unas supuestas “patrullas ciudadanas” que recuerdan
demasiado a aquellas de finales de los setenta y principios de los
ochenta que recorrían los mejores barrios sevillanos para protegerlos de
“la chusma”.
Se trata de gente demasiado conocida e integrada en el batallón de “las fuerzas vivas de la ciudad”, que están perfectamente organizadas y que incluso reciben subvenciones del Ayuntamiento que dirige Juan Ignacio Zoido. Sus actuaciones van dirigidas contra el eje central de la convivencia cívica y crean un alto grado de alarma social que ya ha provocado alguna respuesta por parte de la ciudadanía.
Unos hechos más que preocupantes que demuestran que en Sevilla hay
cosas inalterables que parecen imposibles de cambiar a pesar del
transcurrir del tiempo. Será eso que algunos denominan “la Sevilla
eterna”.
Artículo publicado en sevilla report.
3 comentarios:
Eres un Periodista, desde la cabeza a las teclas, poniendo los pies sobre las calles. Valiente, dices lo que hay que decir sin miedo.
Megustas
Muchas gracias, Megustas.
Gran artículo. Gracias por compartir
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