El cacao monumental que reina en los
diferentes estados que conforman los Estados Unidos a la hora de aplicar la pena
de muerte se pone en especial evidencia con el caso de John Eley, de 63 años de
edad, cuya ejecución está prevista para el próximo 26 de julio en el estado de
Ohio.
El 26 de agosto de 1985, Ihsan Aydah resultó herido por arma de fuego durante un robo en su tienda de Youngstown, Ohio, y
murió al día siguiente. John Jeffrey Eley fue detenido tres días más tarde y
confesó ser el autor del disparo. El robo fue idea de un conocido suyo, Melvin
Green, que proporcionó el arma.
Eley accedió a entrar a la tienda mientras
Green aguardaba fuera, porque el dueño lo conocía y podía identificarlo. Tras
producirse el disparo, Melvin Green entró en la tienda, agarró el dinero de la
caja registradora y la cartera del propietario, herido de muerte, y se marchó
con su colega.
Pero he aquí que llega el fiscal y ofrece a Eley un acuerdo sobre la
condena –seis años de prisión si se declaraba culpable de homicidio- a cambio
de que testificara contra su compañero, sospechoso de estar implicado en otros
delitos. Éste se niega y renuncia a su derecho a un juicio con jurado. Es juzgado en ante un tribunal de tres jueces que lo declara culpable y,
tras una vista de determinación de la pena celebrada en julio de 1987, es
condenado a muerte. Hasta aquí todo aparenta normalidad.
Tiempo después aparece un experto en discapacidad
intelectual que concluye que el condenado cumple los criterios de retraso
mental que, de ser aceptados por los tribunales (la cuestión está ahora mismo en
litigio), convertirían su ejecución en inconstitucional en Estados Unidos.
Además, también descubren nuevas pruebas de que sufre una enfermedad mental y
puede no comprender de forma racional su situación.
Con estos datos, en junio pasado, uno de los
jueces que lo juzgó –ahora juez federal- escribe a las autoridades de Ohio
pidiendo su indulto. Según manifiesta, en 1987 estuvo de acuerdo con dictar
la máxima pena porque los abogados defensores no habían presentado “ninguna
prueba atenuante sustancial” con la que los jueces pudieran contrarrestar las
circunstancias agravantes.
El juez afirmz que, si en el juicio se
hubieran presentado las pruebas atenuantes que ha visto posteriormente
–“especialmente las pruebas relativas al bajo rendimiento intelectual del Sr. Eley,
su infancia de pobreza, su abundante consumo de alcohol y sustancias y su
posible disfunción cerebral”-, habría votado por una condena “menor que la
muerte”.
Por otro lado, el fiscal que le ofreció el
trato y se encargó del caso, que se describe a sí mismo como un “conservador
incondicional” que no tiene “problemas en pedir la pena de muerte en un caso
que lo merezca”, insta también a que se le conceda el indulto, al
considerar que su delito no era el más grave de los delitos, para los que se
debe reservar la pena de muerte.
Según manifiesta el propio fiscal a la
junta de libertad condicional: “por aquel entonces estaba molesto con el Sr.
Eley” por negarse a testificar contra Green y “procedí a un juicio que concluyó
con una condena de muerte”. El detective ya retirado, que fue quien obtuvo su
confesión, también se ha sumado a la petición de indulto.
Hay que tener en consideración que, cuando en 2010 una sala de tres jueces
de la Corte de Apelaciones del Sexto Circuito confirmó su condena de muerte,
uno de los jueces discrepó. Alegó que la asistencia letrada del condenado
durante el juicio había sido constitucionalmente inadecuada, porque el abogado
defensor no había investigado los factores atenuantes. Y también que existía
una posibilidad razonable de que, si se hubiera llevado a acabo una
investigación adecuada, “los encargados de dictar condena habrían concluido que
no debería haber sido condenado a muerte”.
Para terminar de rizar el rizo, el 20 de junio pasado, la junta
de libertad condicional de Ohio anuncia su decisión, adoptada por 5 votos contra
3, de no recomendar al gobernador que conmute la condena de muerte de Eley. Los
tres miembros que votan a favor del indulto lo hacen basándose en diferentes factores.
A saber: en la oposición a la ejecución del juez, el fiscal y el detective; en los indicios de que, sin la influencia de Melvin Green –que fue absuelto-, “Eley no habría cometido el delito por sí solo”; en el hecho de que, si hubiera testificado contra su cómplice, la fiscalía no hubiera pedido la pena de muerte; en la cuestión de que, independientemente de que su discapacidad intelectual llegue o no al nivel de “retraso mental”, Eley “padece alteraciones intelectuales” que “pudieron haber sido un factor en el crimen –incluido el hecho de ser inducido a cometerlo-”; en la respuesta del condenado a su situación tras su detención –incluido el negarse a reunirse con expertos en salud mental-; y en el hecho de que el caso no es uno de los delitos para los que supuestamente se reserva la pena de muerte en Estados Unidos.
A saber: en la oposición a la ejecución del juez, el fiscal y el detective; en los indicios de que, sin la influencia de Melvin Green –que fue absuelto-, “Eley no habría cometido el delito por sí solo”; en el hecho de que, si hubiera testificado contra su cómplice, la fiscalía no hubiera pedido la pena de muerte; en la cuestión de que, independientemente de que su discapacidad intelectual llegue o no al nivel de “retraso mental”, Eley “padece alteraciones intelectuales” que “pudieron haber sido un factor en el crimen –incluido el hecho de ser inducido a cometerlo-”; en la respuesta del condenado a su situación tras su detención –incluido el negarse a reunirse con expertos en salud mental-; y en el hecho de que el caso no es uno de los delitos para los que supuestamente se reserva la pena de muerte en Estados Unidos.
Se da el caso de que Ohio es uno de los estados de Estados Unidos
que más aplican la pena de muerte y ha sido responsable de un 8% de las
ejecuciones llevadas a cabo en el país durante la última década (45 de 551
desde enero de 2002), en un momento en que parece que la opinión pública está dando la espalda
a la pena máxima.
Este mismo año, Connecticut se ha convertido
en el cuarto estado de la Unión que, en cinco años, promulga legislación para
abolir la pena capital. Le precedieron Nueva Jersey (2007), Nuevo México (2009)
e Illinois (2010), que se sumaron a la desaparición de la pena de muerte en el
estado de Nueva York.
Además, en 2011, el gobernador de Oregón dictó
una suspensión de las ejecuciones y 800.000 ciudadanos de California –estado
que alberga uno de cada cinco condenados a muerte de Estados Unidos- han
apoyado que se someta la abolición a votación popular, cosa que sucederá en las
próximas elecciones generales del 6 de noviembre de este año.
El propio presidente de la Corte Suprema de
Ohio ha ordenado ahora que se establezca un grupo de trabajo encargado de
examinar el sistema de pena capital del estado. Estará compuesto por jueces,
fiscales, abogados defensores, legisladores, catedráticos de derecho y
funcionarios encargados de hacer cumplir la ley y se espera que presente su
informe final en 2013.
Con la única pega de que para entonces, lo más
probable es que a John Eley ya no le sirva para nada.
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