La del pasado domingo fue una noche de risas bobas. En los actos de los dos grandes partidos que concurrieron a las elecciones andaluzas se practicó con holgura el “risabobismo”, deporte estulto que consiste en celebrar algo con la mejor cara posible cuando en realidad no hay nada que celebrar. Unos porque ganaron y perdieron los sueños, y los otros porque, a pesar de perder, creen que pueden hacer realidad los propios. Hasta ahí llega el cinismo en la interpretación espontánea del legado de una convocatoria en las urnas.
En el PP negando la mayor ante la bofetada ineludible que les propinó la realidad, cuando todos los augurios de los agoreros apuntaban a lo contrario. Y lo del PSOE es como para troncharse, celebrando una derrota sin paliativos como si fuera una Champions. Lo que hay que ver.
Si la cúpula socialista la única lección que extrae de lo ocurrido es la previsible conservación del poder es que no se ha enterado de nada. Por mucho que se jacten de decir que han entendido el mensaje de la ciudadanía expresado a través de las urnas. El mismo cuento de siempre.
La sangría de votos socialistas continúa, y de manera alarmante. Más de 650.000 en relación a las anteriores autonómicas y 10 puntos porcentuales menos. Como para tirar cohetes. Además, un cuarenta por ciento de los andaluces se decantaron por la abstención, el voto en blanco o el nulo. Cada vez más cerca de la mitad del censo. Tampoco es como para alharacas. Malo si la única lectura de todo esto se reduce a “podemos seguir gobernando”. Preocupante.
En esta ocasión, el desangre ha venido por la izquierda y por la abstención. Y eso quiere decir algo. No es una absolución por los casos de corrupción que han asolado las consejerías de la Junta durante la última legislatura. Todo lo contrario. Es una invitación a pasar la bayeta en profundidad y, a poder ser, bien impregnada de desinfectante. Resulta esperanzador que sea esto lo primero de lo que Valderas ha hablado al referirse sobre un posible acuerdo de gobierno con el PSOE. Ahora hay que llevarlo a término.
También es la oportunidad de gracia concedida a un agonizante para aferrarse a su única esperanza de vida. Ha llegado la hora de ese modelo que los socialdemócratas españoles insisten en afirmar que existe para salir de la crisis de una manera diferente. Ese modelo alternativo tiene que aflorar y ser gestionado con transparencia y con una profundización en la participación ciudadana.
La era de los maquillajes políticos ha tocado a su fin. Griñan sólo ha tenido la suerte de que las circunstancias no le han sido del todo desfavorables. Pero no ha habido cheques en blanco. Los políticos siguen estando en el punto de mira de los ciudadanos. Quizás ahora más que nunca. Y deben pensárselo con bastante tranquilidad, los ciudadanos están esperando. Un exceso de euforia engañosa no puede conducir a otro sitio que a una nueva ruina.
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