“Acaba de caer el veinte” le decía un miembro de su equipo a Juan Espadas, poco antes de su comparecencia ante los medios, la fatídica noche de mayo en que el Partido Popular de Zoido se hizo con la alcaldía de Sevilla con la más amplia mayoría absoluta de la historia de la democracia en la ciudad. La incredulidad de aquel resultado se instaló en el rostro de los presentes y los dejó noqueados, sin apenas asideros con la realidad. Lo primero que se resintió fue la capacidad de respuesta y ya en aquella comparecencia se notó.
Hoy, dos convocatorias electorales perdidas por goleada después, 4,5 millones de votos menos en las últimas generales, expulsado de casi todo el poder institucional de un país que se ha teñido súbitamente de azul a nivel local, autonómico y nacional, en el PSOE todavía hay dirigentes que cuestionan que las cosas tienen que cambiar, y de una manera drástica, si se quiere recuperar algún día la confianza de los ciudadanos.
Ante lo aplastante de los datos todavía intentan justificarlos en la crueldad de la crisis que nos asola, obviando la pésima gestión que se ha efectuado desde el gobierno en ese sentido, la debilidad de un partido que se desmorona mientras se fagocita a sí mismo en una endogamia perversa y la paulatina desconexión con la sociedad y hasta con las mismas bases que lo sustentan.
La respuesta a tan catastróficos resultados es la mejor muestra de ello. Ninguna dimisión como consecuencia del brutal descalabro, se continúa apostando por viejos nombres gastados y por vetustas formas inútiles. El lenguaje se ha simplificado hasta rozar el ridículo y el insulto a la inteligencia de los electores. Se quejan de que no han sabido explicarse, cuando la realidad es que hay cosas que no tienen explicación alguna.
Ahora se han fijado como meta defender la Junta de Andalucía como el último reducto de un poder que se les escapa de las manos como los racimos del agua. Pero se empeñan en impedir una profunda renovación en las personas, en el discurso y en el modelo de organización. Se resisten a mirar hacia adentro y practicar la autocrítica. Nunca es hora de discutir sobre los cargos. Y ello a pesar de que ya hay bastantes militantes que lo andan pidiendo por todos los rincones que pueden.
Vuelven a recurrir a fórmulas ya gastadas e inválidas; una mala lectura del éxodo masivo de votantes, discursos incoherentes que redundan en la creciente pérdida de credibilidad, como señalar a los banqueros como culpables de la crisis para después indultarlos desde el Gobierno, y el abuso en el recurso al miedo como agente movilizador del voto. Primero fue que viene la derecha y ahora, cuando la derecha ya ha llegado, a la pinza de IU con el PP, como ocurrió en Extremadura, conscientes de que la formación de izquierdas ha sido una de las receptoras del voto perdido.
De insistir por ese camino y desaprovechar la oportunidad del congreso de febrero para renovar el modelo y acercarlo a la ciudadanía, las ruedas de prensa como aquella noche de primavera sevillana tienen todas las probabilidades de repetirse. Sólo que entonces el noqueo será aún mayor y ya no habrá aldea gala a la que defender.
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