Confundir los intereses de la ciudad con los de uno mismo. Ese es el pecado capital de los comerciantes sevillanos, siempre poniendo como excusa (o chantaje, que todo hay que estudiarlo en su contexto real) el sempiterno problema de los puestos de trabajo.
En el tema de la regulación del tráfico de la ciudad es en el que quizá más se les nota, pero no el único, por desgracia. Aquello del modelo de ciudad que queremos ellos lo tienen muy claro: el que más los beneficie. Sin importar la calidad de vida que se consiga mediante la implantación de uno u otro y si la sostenibilidad de la ciudad es un beneficio para la mayoría de sus habitantes, un procomún que debería estar grabado a fuego en el ideario de todos y cada uno de los que aspiran a gobernarla un día.
Desde el principio, los comerciantes se opusieron al plan de restricción del tráfico en el centro, sin cuestionarse siquiera si los beneficios para el conjunto de la ciudad compensaban las posibles molestias que pudiera provocar. Nadie pone en duda que el Plan Centro se implantó con demasiados errores desde su puesta en marcha. Tampoco debería sorprender; se encargó de hacerlo un gestor municipal llamado Fran Fernández, al que la historia, por sus obras, conocerá.
Sin embargo, nuestros prebostes comerciantes no se opusieron a su implantación por dichos fallos en todo caso subsanables, sino aferrados a una inverosímil ecuación según la cual ellos obtienen una cantidad mayor de beneficios con el casco histórico atestado de coches, asfixiado en contaminación y convertido en un caos sin solución. Vamos, que lo ideal es entrar en el ultramarino a lomos del C4.
La batalla la continúan dando ahora reclamando la vuelta al sentido doble de Luis Montoto. Hay que recordar aquí que no hace mucho tiempo también se opusieron a la construcción del carril bus en dicha calle, recogida de firmas incluida, a pesar de ser conocedores del embudo que se formaba y de la dificultad añadida para el transporte público a la hora de circular con fluidez por dicha vía. Prioridad absoluta para el que llega en coche, aparca en doble o en triple fila y se apea cómodamente para efectuar sus compras, aunque en la operación se jodan otros sesenta o setenta que viajan a bordo del bus.
Ahora piden que se articulen cuatro carriles, dos por sentido, en la Plaza de la Encarnación, para que los autobuses vuelvan a tener allí su parada final. Algo insólito que aseguran viable en función de informes técnicos en su poder. Volver a colocar las terminales de líneas de Tussam sería como intentar meter la catedral en un calcetín. Pero si no estás de acuerdo es que eres un egoísta que no piensa en el bienestar de los negocios, los suyos claro.
El mismo interés que se opuso firmemente desde el principio a las peatonalizaciones de Tetuán, Asunción, San Jacinto y tantas otras y que sólo tras constatar las evidentes ventajas pecuniarias para sus bolsillos fue capaz de acallarse.
A este paso, pedirán habilitar una doble vía en las rampas de ladrillos de la Giralda, sólo para instalar en el campanario un quiosquillo de souvenirs. Siempre en defensa del interés general, por supuesto.
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