No son la purria, no se parecen en nada, y por mucho que se les intente barrer no van a desaparecer. Son numerosos, sí, pero nada discretos y son muy firmes, también, pero en sus convicciones, no en la ausencia de ellas. Con su trabajo constante pero nada callado contribuyen a desestancar la sociedad y los grandes cambios históricos nunca les han resbalado.
Aspiran al reconocimiento de una sociedad que algunos pretenden que les de la espalada, al respeto de sus iguales y, también, de quienes dirigen los hilos por los que se mueve el mundo. No poseen rasgos distintivos, o sí, ese afán por sentirse libres e integrantes de un todo que trasciende al ser humano. Su señal identitaria es la diversidad.
Están cansados de la chapuza y de la rutina y dispuestos a afrontar riesgos y penas para seguir los dictados de sus conciencias y resolver problemas. No piden que los dejen en paz, sino participar y que los tengan en cuenta.
Por mucho que barran el epicentro emblemático del movimiento, no se detendrá. Como la energía, se transforma, adoptando formas camaleónicas para llegar a cada vez más gente, acudiendo allá dónde se encuentre.
El embrión sigue vivo y continúa creciendo y madurando a medida que va haciendo camino. Su estela crece resplandeciente en este inmenso océano de soledades. Puedes mirar hacia otro lado, si quieres, pero no por ello serán invisibles. Tampoco te ignorarán, porque tienen demasiadas cosas que decir.
PD: una crónica del desalojo.
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