Enric González
“Viví los primeros años de la ballena blanca, los más intensos, en una calle de Washington. Todas las casas de la calle plantaron un mástil en el jardín e izaron la bandera de las barras y las estrellas. Yo fui el único en no hacerlo, por no ser de banderas y porque consideré que mi empleo de corresponsal desaconsejaba ese tipo de expresiones. En la noche de Halloween posterior a los atentados, los niños evitaron pasar con el "treat or trick" por mi casa. Era la casa de un extranjero, un sospechoso, un enemigo potencial, un tipo que no se abrazaba a la bandera del bien. El país más hospitalario del planeta adoptaba el ceño sombrío de un capitán ballenero sumido en una obsesión de venganza.
Recuerdo el miedo en las comunidades musulmanas de Nueva York y Nueva Jersey, que un gran amigo mío, Ricardo Ortega, se empeñaba en frecuentar en búsqueda de pistas. Le acompañé en alguno de esos peregrinajes erráticos. Ricardo, entonces corresponsal de Antena 3 en Nueva York, también contrajo la fiebre de la ballena blanca, aunque de otra forma: no quería encontrar a Bin Laden para vengarse, sino para preguntar por qué. De alguna forma, en aquellos días él, sin perder ni la generosidad ni el sentido común, también fue un capitán Ahab obsesivo. Aquellos días avivaron muchos fantasmas ocultos.”
Más en “La caza de la ballena blanca”.
No hay comentarios:
Publicar un comentario