A medida que se aproxima la cita con las urnas, los partidos y sus candidatos comienzan a apabullarnos con ese otro pretendido retrato de la realidad que es el baile de los números. A partir de ahora nos bombardearán con encuestas y sondeos que no siempre coincidirán en el esbozo de lo que finalmente dibujará con precisión matemática el resultado de las votaciones.
Ayer fue el Presidente de la Diputación Provincial de Sevilla, Fernando Rodríguez Villalobos, quien, durante el acto de la firma del proyecto metropolitano socialista con la presencia de 46 alcaldes de la zona, incluido Juan Espadas, anunció el resultado de una encuesta que vaticina la victoria de sus filas en el 75% de los 105 municipios de la provincia y que hay que convencer al 27% de los votantes socialistas desmotivados que no saben qué votar.
En la misma línea, el diario Público difundía otra según la cual el PSOE habría reducido la ventaja del PP a tan sólo 2,3 puntos, después del anuncio de Zapatero de que no repetirá como candidato. Ambas significan algo más que un rayo de esperanza.
Sin embargo, el rayo se ha diluido esta misma mañana cuando el diario El Mundo ha hecho público un sondeo encargado a la empresa Sigma Dos que otorgaría una rotunda victoria a los populares en las autonómicas de Andalucía. Los datos de esta prospección no pueden ser más demoledores, ya que el PP ganaría con claridad en todas las provincias menos en Huelva y Sevilla. En el cómputo total, los populares obtendrían el 48% de los votos, frente al 36,8% de los socialistas y el 7,8% de Izquierda Unida. La horquilla de escaños azules oscilaría entre los 56 y 60, lo que significa sobrepasar holgadamente la mayoría absoluta, fijada en 55.
A pesar de las aparentes contradicciones de ambos muestreos, sí parece evidente que la de Sevilla va a ser la batalla definitiva y que su peso en las elecciones posteriores, autonómicas y nacionales, puede ser determinante. Esto justificaría el encono que han empeñado los partidos a nivel nacional en otorgarle a los comicios de la capital andaluza un matiz bastante más significativo que la elección de un regidor para los próximos cuatro años.
Aunque los socialistas pretenden aparentar que las perspectivas son buenas y que su feudo fiel durante treinta años permanece inalterable, no es así. Los sucesivos escándalos de los ERE y de las ayudas al empleo y ahora la polémica levantada por los negocios del hijo del anterior Presidente de la Junta, Manuel Chaves, han caído como un jarro de agua fría sobre las expectativas de renovar una victoria hasta hace bien poco incuestionable.
Buena parte de culpa de esta evolución negativa la tiene la propia Junta, que ante la avalancha de escándalos que le ha llovido encima ha optado por comportamientos poco claros y que en otros casos similares, pero con diferente color político, no han cesado de censurar en público. Es curioso que aquí se estén llevando a cabo maniobras en el caso de los ERE fraudulentos que buscan eludir, incluso con excusas formales, la actuación de la Justicia, cuando tanto se criticaron estrategias parecidas en Castellón con Fabra y a nivel nacional con Federico Trillo.
El hecho de que la Junta se haya negado sistemáticamente a afrontar una investigación seria y transparente para llegar al fondo del asunto dice bastante de por sí, pero lo que ya sangra es que, a las alturas del caso en las que nos encontramos y con lo que a diario están filtrando los medios, todavía no se haya depurado ni una sola responsabilidad política.
El dinamismo de la sociedad andaluza ha provocado una crisis que en apariencia generará un cambio de ciclo. Algo parece que ha de cambiar de forma inmediata. Las satisfacciones o insatisfacciones que produzca dicho cambio es harina de otro costal, que sólo el tiempo desvelará.
Pesan más ahora las posibilidades de renovación que los peligros que toda situación de cambio inevitablemente suscita, como explicó José Ferrater Mora en su Diccionario de Filosofía. Ha acabado por imponerse la idea de la crisis andaluza a fuerza de pronosticarla, no sin el concurso interesado de cierto sector influyente de los medios de comunicación.
Pero también, y no han de doler prendas en reconocerlo, por el propio mérito de los dirigentes socialistas, quienes, desde sus posiciones de privilegio y de poder, se han mostrado incapaces para combatir la insistencia de los presagios y han acabado por convertirlos en realidades aplastantes, mediante gestiones mediocres repletas de sombras y comportamientos impropios, para acabar de instaurar la ya desarrollada conciencia de crisis. El sistema sufre una sobrecarga, porque no es capaz de soportar situaciones que han sobrepasado ciertos umbrales de control. Es lo que se conoce como “perturbaciones internas”.
Lo mismo ha sucedido en el Ayuntamiento de Sevilla, donde la cosa se complica aún más si cabe en ese proceso de adición en que toda elección acaba por convertirse. A los escándalos a nivel autonómico, hay que sumarle la impopularidad de las medidas impulsadas por Zapatero contra la crisis económica y la idiosincrasia propia del proceso de designación del candidato, que aunque se trate de comicios bien diferentes, en esta pugna a cara de perro todo suma y todo cuenta.
El último mandato de Alfredo Sanchéz Monteseirín se ha desarrollado en permanente pie de guerra. Baste para contrastarlo echar un vistazo a los constantes dilemas de sus proyectos más significativos entre la ciudadanía y al clima de enfrentamiento sine die en empresas como Tussam, Lipasam, Bomberos, Aussa, Policía Local y los empleados municipales.
El hecho de que fuera apartado como candidato a la alcaldía no hizo sino empeorar las cosas. De haber repetido, Monteseirín estaría a estas alturas cerrando frentes a medida que se aproximasen los comicios. Pero en esta ocasión ha sido radicalmente al contrario; con las elecciones a la vuelta de la esquina los frentes no es que continúen abiertos, sino que en la mayoría de los casos los ha dejado pudrirse hasta alcanzar un irreversible estado de putrefacción.
En lo único en que la concurrencia de los socialistas es parecida a la de la anterior legislatura es en la aparente unidad del partido en torno al candidato. Aunque esto puede quedarse en poco más que apariencia. Porque si en la pasada legislatura bastó con el reparto de responsabilidades municipales una vez ganadas las elecciones para romper la lista de consenso y volver a dar visibilidad a la profunda grieta existente entre las distintas sensibilidades internas, en esta ocasión puede ser la certificación de una derrota la que desate las hostilidades.
Toda crisis es también la búsqueda de alternativas, de nuevas decisiones, de abandono de programas o estereotipos ya caducos. El nuevo desafío de los socialistas no es otro que la construcción de un nuevo discurso creíble y encontrar la persona capaz de llevarlo adelante sin concitar suspicacias ni desconfianzas en la gente. No basta con apostarlo todo a la radicalidad del Partido Popular. Y ello si en algún lugar es especialmente difícil es en Sevilla.
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