Mel Frykberg
“Un delgado niño palestino, con no más de 10 años, merodea por las pilas de basura y las congestionadas líneas de automóviles que convergen en el puesto de control de Qalandia, entre la central ciudad cisjordana de Ramalah y Jerusalén oriental.
Les pide a los conductores de los autobuses que le permitan ascender para vender chicles por unas monedas. Cuando nadie le compra, se baja con lágrimas en los ojos. Arriesgando su integridad física, se mueve de auto en auto pidiendo unas monedas.
Cada día se puede ver a decenas de niños palestinos en los puestos de control y las intersecciones de Jerusalén tratando de vender algo a transeúntes y automovilistas, o directamente hurgando en las omnipresentes montañas de basura.
Debido a la pobreza endémica en Jerusalén oriental y en la Cisjordania ocupada, cientos de niñas y niños palestinos son obligados a salir a las calles por sus propios padres para que traigan algún dinero extra que ayude a la familia a sobrevivir.
Estos menores de edad deberían estar en la escuela, asegurándose un futuro mejor, pero las discriminatorias políticas educativas israelíes en Jerusalén oriental los llevan a desertar, si es que antes llegan a inscribirse en algún colegio.”
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