Parece razonable que la empresa municipal de transportes urbanos de Sevilla, Tussam, efectúe alegaciones al futuro trazado de las líneas del metro. Su red de líneas será una de las principales afectadas por el metropolitano, y de hecho ya se han llevado a cabo algunas reestructuraciones de las mismas argumentando solapamiento con la única línea existente del suburbano.
En buena lógica, Tussam debería alegar cuestiones técnicas que le permitan complementar el servicio de transporte que ofrece la red de metro de manera efectiva y viable, garantizándose así su propia supervivencia en el futuro. En este sentido, la existencia de intercambiadores y conexiones que permitan una rápida operación de transbordo se antoja fundamental, además de otras cuestiones como atender con la mejor eficiencia posible aquellos sectores de la ciudad a los que la red de metro no alcance. En definitiva, la adecuación de una red de líneas pensada para la ciudad que acogió a la Expo hace ya la friolera de dieciocho años a la nueva realidad de la movilidad sevillana en el siglo XXI.
Pero mucho me temo que las alegaciones que ha efectuado Tussam son más acordes a la representación de la soterrada batalla política que mantiene el alcalde de Sevilla, Alfredo Sánchez Monteseirín, con la Junta de Andalucía a cuenta del trazado de las líneas del metro y, en especial, al debate sobre la ubicación de la única parada prevista en el casco histórico de la ciudad. También, por qué no decirlo, a la incertidumbre que genera en el alcalde y parte de su equipo el hecho de no tener todavía confirmada una salida política a su situación de a estas alturas del cuento.
Llama la atención que, a pesar de que el Ayuntamiento pactó con la Junta que no efectuaría alegaciones al proyecto, sea precisamente Tussam, empresa municipal bajo la responsabilidad del delegado de movilidad y mano derecha del alcalde, Fran Fernández, la que presente exactamente las mismas alegaciones que hubiera hecho de su puño y letra Monteseirín si hubiera podido, maquilladas eso sí con tres o cuatro pinceladas sobre otros aspectos de menor calado por aquello de disimular un poco.
Este hecho no es más que el fiel reflejo de dos cuestiones de calado. La primera el problema, que ya roza la categoría de catástrofe, en que se está convirtiendo la figura del alcalde para su partido durante los últimos estertores de su mandato, sobre todo de cara al impulso de la campaña electoral del nuevo candidato, Juan Espadas. La avidez de protagonismo de Monteseirín está dificultando la salida a la palestra pública del alcaldable y sus iniciativas de una manera notoria, de forma que no es de extrañar que el retraso en su nombramiento oficial por parte de Ferraz sea en buena parte provocado por la actitud de un alcalde que no está dispuesto a perder notoriedad pública en ningún momento y que, más que irse, parece obstinado en quedarse para siempre.
La segunda, y tal vez la peor, por la longevidad de sus probables efectos, es la falta de rigor de la dirección de Tussam, con el ínclito Arizaga a la cabeza, que en vez de aprovechar una ocasión única para amarrar vías de supervivencia futura para una empresa con tan ingente cantidad de trabajadores y agonizando en plena quiebra, opta por una actitud servil al amo que le da de comer y le mantiene calentito el sillón del cargo cobrando una pasta gansa por aplicar con rigor una política del "sí, señor". Visto bajo la perspectiva del tiempo, no es de extrañar que fuera bajo la dirección de este gerente que Tussam se desprendiera inexplicablemente del tanto por ciento de acciones que poseía del Metro.
Con estas mimbres, no me sorprende en absoluto la situación que está atravesando la empresa municipal y la previsión de otoño dramático que se le presenta por delante.
No hay comentarios:
Publicar un comentario