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31 julio 2010

Nada de lo que no se pueda prescindir

Por alguna razón que no alcanzo a comprender, mientras los dirigentes de la derecha, cuando alcanzan el poder, se reafirman más si cabe en lo que son, en lo que siempre han sido y en los principios sobre los que esa forma de ser se sustenta, los de la supuesta izquierda suelen acabar abrazando un victimismo casi insultante con tendencia al martirio que les hace renunciar de inmediato a las ideas que les han aupado hasta allí y los torna prácticamente indistinguibles a los primeros. Le ocurrió en su momento a Felipe González y le ocurre ahora a Zapatero.

La izquierda, a diferencia de la derecha, suele llegar acomplejada al poder, temerosa de lo que es, y ese complejo acaba por hacerla renunciar a sus más sagrados principios y abrazar los del opuesto en una metamorfosis tan alambicada como difícil de comprender para unos votantes que se limitan a contemplar escépticos el espectáculo.

Zapatero ha hecho todo en una única dirección: cargar el peso de la crisis sobre los más débiles, sobre los que menos tienen. Ni siquiera se ha permitido la osadía de anunciar medidas destinadas a incrementar las aportaciones de los más poderosos, de las rentas más altas.

La reforma laboral que se ha sacado ahora de la manga va en el mismo sentido. Un atentado en toda regla contra los trabajadores sin precedentes.

Curiosamente, a la derecha esa reafirmación en los orígenes es lo que suele producirle mejores resultados electorales. Mientras que la tendencia a la inclinación hacia el opuesto de la izquierda suele tener el efecto contrario.

Por el camino sólo se van quedando unos cuantos programas electorales incumplidos y un electorado empeñado en cambiar las cosas engañado y con sus ilusiones frustradas una vez más.

Nada de lo que no se pueda prescindir.



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