cabecera_tipográfica_trans

23 septiembre 2009

Ponga un ex Presidente en su vida

Escribió Gabriel García Márquez que los gobernantes, cuando son despojados de los asuntos del gobierno, se quedan “nadando en el estado de inocencia del limbo del poder”. Desconozco en qué estudio científico o publicación de renombre se basó para efectuar tal afirmación, porque alberga tal tino en sus escasas pero precisas palabras que parece imposible que pueda salir de la capacidad de ficción de un narrador.

La política española es un buen ejemplo de ello. Para los partidos políticos españoles, primordialmente los dos mayoritarios, comienza a convertirse en un grave problema los ex Presidentes que abandonan el poder, bastante mayor que los recién llegados y sus ansias por alcanzarlo. Ponga un ex Presidente en su vida política si lo que quiere son problemas de verdad.

Al PSOE ya le pasó cuando Felipe González abandonó el columpio del poder para convertirse en un prolífico orador y conferenciante a escala internacional. Cada vez que hablaba de los asuntos de casa subía de inmediato el pan.

En la actualidad, cuando el senil seductor parece algo más calmado, le sale otro descabalgado del sillón presidencial, Juan Carlos Rodríguez Ibarra, ex Presidente de la Junta de Extremadura, que exige una sanidad sólo para españoles y si puede ser que te hagan tararear el himno de España antes de ser atendido por el facultativo de turno, mejor que mejor.

En el Partido Popular tampoco es que le vayan a la zaga en este asunto. José María Aznar, desde que decidió crecer a base de conferencias insufribles y opiniones que nadie le ha pedido, no ha parado de poner en serios y constantes compromisos a su correligionarios.

Sus últimas dos perlas para enmarcar han sido su reciente y sorpresivo abrazo a la eurofobia y el permitirse enmendarle la plana a todo un presidente de los Estados Unidos, con dos cojones.

Es lo que tiene el nadar en el estado de inocencia al que se refiere el colombiano, que con frecuencia se pierde el sentido de la realidad y, lo que es peor, hasta el del ridículo. Un ensimismamiento producido por esa obsesión de estar permanentemente en el candelero que el ejercicio del poder graba a fuego vivo en las mentes de los poderosos y que provoca que apenas se den cuenta de que lo único que consiguen es estorbar.

Un mal endémico y en alza que sólo remite cuando se percatan de que los que fueron sus súbditos pueden vivir a plenitud sin ellos.

Sólo entonces abandonan para siempre “los capiteles dóricos de cartón piedra y las cortinas de terciopelo, las columnas babilónicas y las palmeras de alabastro, las criptas funerarias de cenizas de próceres ignotos y los oleos de obispos, militares arcaicos y batallas navales inconcebibles” para pasar a disfrutar de un plácido retiro más que merecido.

No hay comentarios: