Sé mejor que nadie que es una práctica habitual en todos los ayuntamientos y empresas públicas, aunque la mayoría de las veces no la entiendo ni la comparto. Porque blindar con cantidades millonarias los contratos de directivos que rara vez aportan brillantez y eficacia a la gestión pública me parece, además de un despilfarro, una gilipollez como la copa de un pino.
A esto se le suma que, quienes trabajamos bajo las órdenes de estos individuos, la mayoría de las veces lo hacemos en condiciones rayanas a la precariedad y además nos vemos obligados a soportar sus caprichos de tirano.
He tenido la suerte o la desgracia de trabajar bajo la dirección de este tipo de individuos durante casi treinta años. Las conclusiones no podrían ser otras: mi empresa ha ido profundizando sistemáticamente en la ruina más alarmante y, cada vez que se ha cambiado de dirección, lo único que se ha logrado es ahondar aún más el agujero del despilfarro y la ruina al tener que hacer frente a las indemnizaciones de los pingues contratos de los directivos que se van.
Una suerte de estrategia laboral que, de aplicarse a todos los trabajadores por igual, llevaría al país a la más absoluta de las miserias, pero claro, ellos no son trabajadores, sino estrellas contractuales de la ineficiencia.
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