"El principal objetivo del PP es la defensa de las libertades", se ha apresurado a decir el diputado y presidente del PP de Álava, Alfonso Alonso, en relación a la sentencia del Tribunal Supremo rechazando la objeción de conciencia a la asignatura Educación para la ciudadanía. Loable propósito el suyo donde los haya.
Tras vaticinar que su partido suprimirá la asignatura cuando gobierne, aseguró que la sentencia del Supremo "no se puede entender como una carta blanca para introducir un catecismo socialista en las escuelas y para tratar de adoctrinar a nuestros hijos a través de esta asignatura". Y prometió que seguirá comprometido en el objetivo de que los niños y jóvenes "sean formados en libertad y espíritu crítico; en la escuela queremos libertad, calidad y valores".
Se nota que la sentencia ha dolido y en lo hondo. Tan es así que me sumo incondicionalmente a su causa desde ya. Y me pongo hombro con hombro con el señor Alonso a defender las libertades conculcadas a todas aquellas personas que han sido espiadas ilegalmente por la trama de “agentes secretos” que tiene montada su partido en la Comunidad de Madrid. Toda una táctica revolucionaria para perpetuar las libertades públicas.
Es más, estoy seguro que ése es el tipo de libertad y valores que el señor Alonso no quiere para ninguno de los españoles, salvo para los integrantes de su propio partido, por lo que se ve.
Sin son ésos los valores, la libertad entrecomillada, que el Partido Popular propugna contra viento y marea, no me extraña nada que la Secretaria General del PP, María Dolores de Cospedal, tenga que salir a la palestra de la opinión pública, como una apaga fuegos cualquiera, a advertir que el deterioro de la imagen del partido puede ser irreversible. Así se le está quedando la cara a la pobre mujer.
Porque lo que se está poniendo de relieve con tanta multiplicidad de discursos contradictorios es que en este país cada vez hay menos gente que se cree el pan con queso que los populares pretenden que almorcemos todos los españoles sí o sí.
Un poquito de coherencia política y también, por qué no, de humildad no les vendría nada mal.
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