A raíz de unas declaraciones de Magis Iglesias, presidenta de la Federación de Asociaciones de Periodistas de España (FAPE), se queja Santi en Diario de hoy de un mal endémico de esta sociedad: la marginación y el desperdicio del talento, que parece ser deporte de moda en este país.
Magis denuncia que en los medios “se desconfía del periodista que cuestiona órdenes, hay jefes que prefieren redactores dóciles, sin criterio, rápidos y que no den problemas”. Y que “las prioridades están establecidas de manera vertical y no como resultado de un debate profesional”. Por lo que los periodistas que ejercen su labor en estas condiciones se ven obligados a “escribir al dictado”.
Como él mismo mantiene más adelante, la falta de ese diálogo o debate se generaliza en “instituciones, empresas y organizaciones políticas que cuentan con gabinetes de prensa y comunicación”. A lo que yo añadiría sin temor a equivocarme que es la tónica general del mundo del trabajo en este país.
Se desprecia el talento porque produce sombra y hace invisible a quien decide ocultarlo para mantener su estatus. La mayoría de estas situaciones suceden por pura envidia y por temor a que el talento del otro medre la posición del que toma las decisiones. Es curioso, pero no deja de ser cierto.
Ese diálogo, esa conversación permanente, ese trabajo en colaboración que está imponiendo la red no se ve reflejado en el mundo laboral sencillamente porque no interesa, sobre todo a quienes ostentan puestos de responsabilidad. Y ocurre especialmente en este país porque, reconozcámoslo, todavía somos demasiado catetos.
No importa que las empresas estén perdiendo conocimiento y valor y que las personas sean las más perjudicadas con este tipo de prácticas. Tampoco que las gráficas de rendimiento se estrellen contra el suelo. Lo que de verdad importa es el peculio que engorda la bolsa de quienes deciden, que se siente verdaderamente amenazada ante estas situaciones.
Aboga Santi, y con razón, por medios “comprometidos con el oficio y con la sociedad a la que sirven”.
Yo quiero universalizar el deseo.
Hacen falta empresas y organizaciones que no tengan miedo a la participación de los empleados, que vean en la crítica una oportunidad permanente de mejora, que sustenten el crecimiento en el trabajo en colaboración y abierto a todos.
Empresas a las que no les cause pavor el conocimiento compartido como la mejor base para la innovación y que no permitan que sus cargos de responsabilidad practiquen el aislamiento como práctica de autodefensa.
Hacen falta empresas Santi como las que todavía no hay, desgraciadamente.
No obstante, me alegraré sobremanera si en los comentarios me contáis que a vosotros os sucede algo distinto en vuestro puesto de trabajo. Será como un rayo de esperanza.
No hay comentarios:
Publicar un comentario