Dicen ser uno de los pilares fundamentales del Estado de Derecho, pero a la hora de la verdad no son sino como tantos otros, apoltronados en el ejercicio del poder y creyéndose con privilegios que no gozan ninguno del resto de los ciudadanos.
Sé que no es razonable generalizar, que en todos los casos hay excepciones, pero en este cuerpo, corporativista donde los haya, estas circunstancias se dan con demasiada frecuencia.
El ejercicio de la sacrosanta labor de juzgar la conducta y comportamientos de los demás exige, desde mi punto de vista, un afán de ejemplaridad que, si uno es incapaz de ofrecer, mejor que se meta a hippie o a conductor de furgoneta -con todos mis respetos- que al menos no tienen sobre sus cabezas el implacable dedo de la aplicación de la ley. Porque eso de que la ley es ineludible para todos, menos para mí, que soy el encargado de aplicarla, se está volviendo demasiado habitual.
Luego se quejan de que los medios se mueven bajo intereses “espurios”, como si ellos fuesen los únicos que sufren dichos intereses. No, señorías, todos sufrimos los latigazos mediáticos cuando nos tocan. Lo que ocurre es que algunos de ustedes se sienten por encima de la ley que pretenden aplicar.
Y mientras los demás tenemos que apechugar con lo que ustedes justa o injustamente dictaminan, a vosotros que nadie os sople la toga.
Y encima tienen la desfachatez de acusar a los demás de sus comportamientos impropios.
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