Cuando me inundan, con el esplendor de la tarde, y me patean las entrañas con sus correrías inocentes, es como si una transfusión de vida explosionase en mis venas grises. Los veo crecer tras el velo de los juegos, los que no abandonarán ya por el resto de sus días, y, llegado el momento, los oigo marchar, sigilosos y esquivos, cuando ya el mundo les ha insinuado el refajo traslúcido de la aventura.
Luego los espero paciente en el regreso prematuro, el que no se espera, cuando se acercan mirando desde el ayer mis huecos vacíos y esperanzados, y me presentan amores nuevos que los harán conquistar el mundo, amores frescos y perturbadores que se derraman sobre mis bancos como el agua fresca sobre la roca que la precipita. Y yo, entonces, los arropo como una madre cálida, ocultándolos a las miradas de los otros, regalándoles la selva de intimidad necesaria para que puedan mirarse a los ojos sin reparos.
En el caminar del tiempo me visitarán con el espasmo del ánimo y de la nostalgia, esquivando con maniobras de esgrima la memoria. Y seré su confidente mudo, la piedra de las lamentaciones, donde poner a resguardo del mundo el dolor y la alegría de sentirse vivo y abandonado a la vez, de saberse integrantes de un todo que los ignora igual que les exige. Y entonces los veo llorar y buscar amparo, como seres desvalidos y solos, abandonados de sí mismos, pero siempre con un pundonor incomprensible que facilita la esperanza. Y los veo reír, instalados en el reino de la inocencia del olvido momentáneo, disfrutando una porción de felicidad que saben esquiva.
Cuando me reencuentran rozando el final de su trayecto, como viejos amigos supurados, abrumados por el peso cansino de los pasos, sonríen con esa placidez del otro lado, ingrávida y atemporal, ese estado espiritual del que se sabe de regreso, que tanto me hace envidiar la capacidad de vivir los sueños que tienen los humanos.
Firmado: el parque.
2 comentarios:
Me has hecho recordar, Jack, aquella canción-poema de los canatautores Victor y Diego.
Esto es lo que decían :
Hay un parque aquí en mi barrio,
que esto no es parque ni es “na”.
Con unos bancos cansados,
de ayudar a descansar
con unos viejos sentados,
que saben profetizar
y que hacen un hueco al vino,
para poder olvidar.
Hay un parque aquí en mi barrio,
que esto no es parque ni es “na”.
Con una estatua muy grande,
y aun más grande el pedestal
donde un domingo lejano
aprendimos a esperar
a aquella niña de seda,
con perfume de mama.
Hay un parque aquí, en mi barrio,
que esto no es parque ni es “na”.
Con unos árboles viejos
que no pudieron guardar
su morera ni sus nidos,
ni pudieron respirar,
que triste, vida que llevan,
los árboles de ciudad
aquí no hay pilón, ni fuentes,
ni césped que recortar, ni flores,
solo unos hombres buscando
cada día al despertar, un trabajo
entre la tinta, de la prensa matinal.
Hay un parque aquí en mi barrio,
que esto no es parque ni es “na”.
Con unos niños de polvo,
siempre el dedo en la nariz
y con los bolsillos llenos,
de pipas y regaliz
y otros que hicieron novillos,
también se juntan aquí,
a culminar su aventura,
con un cigarro de anís,
son cosas, que nos pasaron
y nos gusta, recordar,
que pasaron, en un parque..
Aunque no es parque, ni es “na”
Víctor y Diego - El Parque - 1975
Gracias Manu, no conocía yo esa canción.
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