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05 marzo 2008

El Sevilla dice adiós a un sueño con una pesadilla.

En la noche de ayer concluyó un sueño, un hermoso anhelo que se prolongó por espacio de más de dos años y que proporcionó a quienes lo soñamos, los sevillistas, una felicidad como nunca antes se había vivido en los más de cien años de historia del Sevilla Fútbol Club.

Como creo que ya sabréis, el autor de este blog es sevillista hasta la médula y, aunque no suelo escribir sobre el tema, he de decir que me siento y me sentiré siempre orgulloso de ello.

Pero el amor a unos colores, el sentimiento arraigado que me hermana con tantos convecinos en una manera concreta de concebir el fútbol y, por qué no, también la vida, no puede impedir que perciba la realidad tal cual es y no como algunos desde sus cuevas alibabianas del dinero a toda costa pretenden. El sevillismo no es cuestión de fortuna, ni de posesiones y suculentas cuentas bancarias, sino de sentimientos que te acompañan desde que tienes uso de razón y decides emplear parte de tu tiempo y tus ilusiones en seguir las correrías de un club del que haces tuyas sus victorias y derrotas como si tú mismo hubieras formado parte de la contienda.

El Sevilla Fútbol Club inició el camino hacia la grandeza partiendo del concepto más antagónico, pero también el más honrado y digno: la humildad.

El trabajo duro e ilusionado sobre la base sólida del raciocinio y el sentido común se convirtió en el vehículo que habría de conducirnos a la gloria deportiva. La confianza ciega en una política de club con los pies bien asentados en el suelo y la adopción de una estrategia deportiva humilde pero digna, que se fundamentaba más en la ilusión por crecer de jugadores prometedores y la apuesta por una cantera que no cesa de regalarnos perlas pulidas, fueron los pilares escogidos sobre los que cimentar nuestro crecimiento. Y vaya si lo conseguimos: cinco títulos, tres de ellos en competiciones europeas, en dos años. Todo un récord.

El artífice de tamaña hazaña en el plano deportivo fue un binomio inolvidable: Juande Ramos y Monchi. Juande hacía jugar a los jugadores en el terreno de juego como sólo los ángeles saben hacerlo y Monchi efectuaba regates de gloria en los despachos que dejaban alucinados a los contrarios. Dos profesionales honrados, dignos y capacitados, que pusieron su sapiencia al servicio del club que había depositado en ambos toda la confianza. El éxito premió a una filosofía en la que predominaba la dignidad humilde de un sentimiento compartido sobre la soberbia irrespetuosa.

En la actualidad, la directiva del Sevilla, de forma unilateral y, a mi juicio, equivocada, ha cambiado el discurso de la humildad por el de la arrogancia, a pesar de que el grueso de la afición no comulga para nada con dichas tesis. El Consejo de Administración, con el Presidente José María del Nido a la cabeza, ha decidido adoptar la parafernalia engañosa de la prepotencia como seña de identidad de un club que ha presumido siempre de acaparar simpatías allá a donde iba.

La derrota de ayer, la expulsión sufrida de la Liga de Campeones por un equipo a todas luces inferior en lo deportivo, no hace sino ahondar en la división insalvable que separa a gran parte de la afición de este dirigente extravagante y largo de labia, que no hace sino recaudar antipatías cada vez que abre la boca. Eso, señor del Nido, no es ser más sevillista que nadie, es simplemente no saber serlo. A lo largo de toda la temporada se han dado muestras más que sobradas del ahondamiento progresivo de esta grieta.

Si a todo esto le sumamos que el hecho de ser más sevillista que nadie no te convierte ipso facto en la persona idónea para un cargo, ya tenemos los ingredientes necesarios para el guiso. Manolo Jiménez, al que admiro y respeto por su sevillismo demostrado y su honradez fuera de toda duda, no es el entrenador que este equipo necesita, creo que le viene un poco grande. Y ya me hubiera gustado a mí poder decir lo contrario, por el bien del Sevilla y del propio Jiménez. No le hago culpable de nada, todo lo contrario, le agradezco de corazón que haya hecho lo que se espera de todo buen sevillista; estar ahí cuando el equipo lo ha necesitado.

Es una directiva que no supo retener como se merecía al mejor entrenador de la historia del club, que ha hecho de la prepotencia absurda la seña de identidad de su discurso y que ha cambiado de manera unilateral una filosofía de club y de fichajes que nos regaló toda la gloria por algo indefinido e insustancial, la que nos ha devuelto a la realidad que muchos no querían ver. Porque no cabe duda que Manolo Jiménez, si se percata que no aporta nada al equipo de sus entretelas, dimitirá, porque honradez le sobra para ello, y volverá a lo que sabe hacer como nadie, ilusionar a una cuadrilla de chavales en vestir algún día la camiseta que a él se lo dio todo. El que no dimite, ni admite errores pase lo que pase, es este presidente que no se merece un club como el Sevilla.

Y me destroza tener que escribir desde el dolor de un sentimiento roto y mal tratado, del que ahora tendremos que reponernos agarrándonos a donde siempre, al amor sin condiciones a unos colores. Pero todo esto debería servir para que el Consejo de Administración tomase nota y se volviera a la senda que jamás se debió abandonar, a la humildad y la fe en el trabajo hecho con ilusión y esfuerzo, con sentido común. A engrandecer un club comenzando por la dignidad de saber reconocer y premiar el trabajo de aquellos profesionales que cumplen y lo hacen como es debido. Porque eso, además de ser de honrados, no le quita ningún protagonismo al club ni a los colores que lo representan, todo lo contrario, los dignifica y los hace más radiantes en el espectro del fútbol.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Ahí le has dao Jack!!!Ese tipo es un f.... de mucho cuidao...

Y yo que creía que ganábamos la champions...Q penita...En fin la próxima será...

Vamo Sevilla!!!

Saludos fresquitos