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26 enero 2008

Las tribulaciones de un alcalde en la cuerda floja.


Alfredo Sánchez Monteseirín, a la sazón alcalde socialista del ciudad de Sevilla, no pasa por su mejor momento, ni como primera figura municipal de la capital de Andalucía, ni como militante de su partido. En términos futbolísticos, al alcalde le pasa como a Ronaldinho, que tiene problemas con el entrenador porque sólo le motiva jugar los partidos importantes, sin entrenar ni esforzarse, y ya ni ésos.

En el ámbito municipal, encabeza un equipo de gobierno maniatado ante las exigencias de su socio coaligado, el pretoriano Rodrigo Torrijos, de Izquierda Unida. La historia de este matrimonio contra natura, -no por el hecho de ser de izquierdas, sino por la propia personalidad absolutista y arbitraria del ex Secretario General de CC.OO de Sevilla-, es como la crónica de una muerte anunciada.

Ya durante las negociaciones posteriores a los comicios que dieron lugar al pacto de gobierno, Monteseirín, tal vez cegado por su propensión natural y apego al cargo, se entregó de manos atadas y con una ciruela entre los dientes a Izquierda Unida con tal de conservar el aterciopelado sillón municipal. A nadie medianamente razonable le entraba en la mollera que una formación que había obtenido menos votos que en los anteriores comicios pudiera conseguir más prebendas de poder por su apoyo que entonces.

Pero es que el apego de Monteseirín por la alcaldía de Sevilla no tiene límites ni conoce fronteras. Y estando, como estaba, en una delicada situación interna dentro de su propio partido se veía abocado a entregarse sin reparos a una fuerza política externa que, para más inri, tiene puestas sus esperanzas de aumentar los votos entre el electorado del compañero de coalición.

Ya el hecho de que Alfredo concurriese como cabeza de lista en las municipales fue una carambola rocambolesca en la que influyeron algunos factores curiosos. Su enfrentamiento particular con la Secretaría General del partido en Sevilla no le otorgaba todas las papeletas, pero la imposibilidad de preparar un candidato de garantías en un corto período de tiempo, junto con la decisión del Partido Popular de presentar a Zoido –a todas luces un candidato con escasa entidad política para una ciudad como Sevilla- hicieron posible que, tras un acuerdo interno en la composición de la lista, Monteseirín se pudiera presentar a la reelección por tercera vez consecutiva.

La victoria consiguiente en los comicios y el descabellado pacto con Izquierda Unida para mantener la alcaldía al precio que fuese no hicieron más que descarrilar los acontecimientos.

Recién conformada la nueva corporación municipal, saltó la crisis, y el segundo de la lista, José Antonio Viera, a la sazón Secretario General del partido en Sevilla, se vio forzado a dimitir como concejal ante los constantes desagravios públicos a los que el alcalde lo sometía. Alfredo había tomado la decisión de trasladar la lucha interna del partido al ámbito de las instituciones de manera unilateral, en una apuesta descabellada que, a mi entender, no conduce a ninguna parte que no sea el suicidio político.

En el fuero interno del partido, las posiciones del alcalde pierden apoyos por momentos. Monteseirín y sus compañeros de viaje, llámense Fran Fernández o Alfonso Rodríguez Gómez de Celis (el prócer que firma acuerdos para después no cumplirlos), tienen de los nervios a la militancia, que ve cómo la garantía de la marca PSOE en Andalucía decae en la capital de una forma imparable, hasta tal punto que ya manejan encuestas donde se percibe con claridad meridiana que, si la coalición de izquierdas agota su mandato de cuatro años, los socialistas perdería a todas luces las próximas municipales.

En mayo se celebrará el congreso provincial en el que la batalla está servida de antemano. Es difícil que Monteseirín logre recomponer sus maltrechas filas para tan importante contienda, entre otras cosas porque su ego dejó atrás hace mucho tiempo a la política y son muchos quienes se han bajado ya de ese tren cansino y agotado. El alcalde parece tener sólo preocupación por los proyectos estrella, megaproyectos que parecen concebidos para su mayor gloria personal dada la aceleración y la desaconsejada improvisación con que se acometen la mayoría de las veces. Y, mientras tanto, abandona las cuestiones más cotidianas en manos de su socio, que en un afán de de “legionalizar al estilo romano” la política municipal y su acontecer diario, no hace sino crear conflictos allá por donde pasa.

Sería de desear que en el próximo congreso provincial del PSOE de Sevilla saliera un candidato a alcalde con todo el apoyo del partido detrás y que se dedicase a la aplicación de la política municipal del mismo sin pretender entronizar en la historia de la ciudad al precio que sea. Creo que Sevilla y los sevillanos nos lo merecemos de sobra.

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