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04 diciembre 2007

El miedo a cambiar


Cuando vivía sometido al férreo corsé de la dictadura franquista, no se me ocurría imaginar que la libertad acabaría por hacernos más conservadores. Por aquella época veía a la democracia como el elemento que liberaría las ansias de evolucionar de un pueblo que había permanecido amarado de manos y con la boca sellada durante cuarenta años.

Hoy hace ya más de tres décadas que vivimos en libertad y que ese pueblo aprendió y decidió hablar, ser dueño de su destino y mirar hacia el futuro sin complejos. Sin embargo, percibo cierto inmovilismo en las costumbres, cierta dejadez evolutiva que hace aflorar ese conservadurismo propio de quien se siente inseguro ante el cambio. Vivimos con las mismas instituciones políticas y normas jurídicas con que nos dotamos hace treinta años, no hemos cambiado casi nada, y por el contrario, esta sociedad de ahora no es la misma que aquella, porque la sociedad no se detiene y continúa evolucionando, como inmersa en una inercia mágica imparable.

Subsistimos atrapados en hipotecas que nos proporcionan un techo bajo el que cobijarnos, en nuestros coches potentes que, amén de endeudarnos todavía un poco más, nos permiten contaminar hasta la saciedad las ciudades que habitamos, en una espiral de consumo imparable que nos arrastra como el torrente a los árboles caídos, y en un mundo cada vez más insostenible, sin que seamos capaces de vislumbrar una salida.

Somos conscientes de todo, porque hoy si algo fluye con libertad es la información, sabemos que este camino emprendido no conduce a ninguna parte, pero tenemos miedo de cambiar las cosas, sentimos ese miedo vivo en nuestro interior, a perder lo poco que poseemos ante un futuro incierto, como si esa tabla salvavidas ficticia nos fuese a servir de algo. Y en el terreno anegado de ese miedo es donde la intolerancia y la intransigencia instalan su tienda de campaña, su cuartel general.

Por eso, cuando vemos algo diferente, algo que se sale de los patrones dentro de los cuales estamos acostumbrados a vivir, nos parece extraño, novedoso y, por lo tanto, nos provoca el flujo del miedo inmovilista. Entonces decidimos no mirarlo, como si negándole la vista le negáramos la existencia. Pero en nuestro interior sabemos que no es así, que por mucho que nos neguemos a verlo va a seguir existiendo y va a continuar plantándonos las mismas dudas, los mismos recelos.

Algo parecido es lo que ocurre cuando nos enteramos de sucesos como los acaecidos en el Centro social ocupado Casas Viejas, que no queremos mirar lo que desde allí se plantea, no queremos admitir su diferencia porque nos molesta, porque pone en tela de juicio permanente nuestro estilo de vida.




El Centro social ocupado Casas Viejas es un viejo solar del céntrico barrio de San Luís al que los propietarios han mantenido en el abandono más absoluto durante más de veinte años, con toda probabilidad pleiteando por licencias permisibles o esperando el momento más adecuado para especular con un terreno en una de las zonas de más proyección de la ciudad, que ya cuenta con la alarmante cifra de 45.000 viviendas vacías. El ayuntamiento incluso tramita la aplicación de una especie de impuesto revolucionario a todo el que tenga una segunda vivienda que no esté habitada o alquilada.

Los ocupas tomaron el edificio hace ya cinco años y lo han convertido en un referente cultural de la zona, desarrollando una intensa actividad cultural basada en teatros, juegos malabares, cine, documentales, cortometrajes, baile flamenco, música en vivo, lecturas para los vecinos, cursos de inglés, etc. Todo orientado a los jóvenes y tomando como base de su puesta en marcha la participación y la convivencia cívica, colaborando incluso con la Universidad de la ciudad.
Ahora el avance incontenible de la especulación ha hecho posible el desalojo, lo mismo que propició que desde hace quince años se esté desalojando del barrio a los inquilinos de renta antigua, a los artesanos y a los jóvenes de la calle. Porque la intención no es otra que convertir este histórico barrio de Sevilla en una prolongación más del centro comercial y turístico de la ciudad.

Sin embargo, yo que vivo en la calle, que percibo en primera persona esa peligrosa tendencia instalada en los legisladores a prohibir todo lo que conlleve la vida en la calle que no sea la que ellos quieren, la que les interesa a los poderes que manejan el mundo, incluido el uso del espacio público, yo sí que veo qué está sucediendo en Casas Viejas y en otros sitios similares, yo sí que me percato de lo que pretende el tal Ángel López Hueso, supuesto dirigente de una asociación de vecinos fantasmal que jamás reúne a sus asociados, y su caterva de fanáticos seguidores y defensores, porque sé cómo trabajan quienes se instalan en el miedo para lanzar desde allí sus redes de opresión.

No sé si había que desalojar o no el Centro social ocupado Casas Viejas porque hay intereses inmobiliarios y legales detrás que se me escapan, no es lo que más me preocupa. Sé que allí no hacían daño a nadie, que eran respetuosos con los vecinos e integradores y que las actividades que se llevaban a cabo forman parte de la lista interminable que mantienen en el olvido permanente las autoridades locales, sobre todo con la gente joven más excluida y con menos acceso a la cultura y a la vida social.

Parece ser que el que se plantee una cultura alternativa pone nerviosos a muchos y produce gritas profundas en una sociedad que se vanagloria de tenerla como uno de sus más vitales estandartes.

El caso es que el Centro social ocupado Casas Viejas ha sido desalojado y nadie sabe a ciencia cierta cuál va a ser su futuro más inmediato, aunque es fácil preverlo. Pero las necesidades y las desigualdades continuaran latentes, al igual que el desvío de la mirada de la sociedad y el afloramiento del miedo que conseguirá sin dificultades hacer invisible lo que es una realidad a voces.


4 comentarios:

Anónimo dijo...

Sinsol, NoImporta: para ser justos y justas, convendréis conmigo que, así como hay terroristos y terroristas, también hay proxenetos y proxenetas sentimentales. El porcentaje de ellos es abrumadoramente superior, pero, siendo ecuánimes, no dejemos a nadie fuera en esta estadística miserable. No fue mi intención involucrar a mi Iris en esta amistosa polémica.En cuanto a Sport y los de su gremio, me producen repugnancia, son the worst sucking scum of the earth. Algo se ha avanzado y estos son tiempos de no desviar la mirada, como dice Jack, considerar al enemigo en su globalidad y dejar de hacer la vista gorda con los que comparten escaño con nosotros. Un beso sereno, amigas.
Jack, no sé si esa "inercia mágica imparable" se dará de bruces contra tanto pedrusco que ponen en su camino o acabará arrasando todos los obstáculos a su paso. Magnífico post, gracias.

Anónimo dijo...

Hola,
Se agradece ver otro enfoque diferente sobre el tema del desalojo que el de los medios de comunicación, colmados de mierda e interés general.

El tema que planteas de fondo, aunque interesante, prefiero no ahondar en el, porque en éstos momentos me costaría salir a la superficie.

¿Alguien tiene un blog de toros televisión y fútbol, o de cultura cómica?

Un saludo.

Anónimo dijo...

"Parece ser que el que se plantee una cultura alternativa pone nerviosos a muchos y produce gritas profundas en una sociedad que se vanagloria de tenerla como uno de sus más vitales estandartes."

sistema que no funciona! antisistema de pocas débiles voces, pero hacen daño!

la hipocrésia social-burguesa no soporta escuchar la otra verdad por débil que sea.
X Q? a que tiene miedo?

buen trabajo. beso

you talkin: por supuesto la bondad y la maldad no entienden de étiquetas de ningún tipo. Un fuerte beso.

J: evidentemente estamos en diferente frecuencia, ¿pero eso importa? yo prefiero estar afuera aunque este dentro. beso retorcido pero no de tornillo.

y besos a todos los anarquistas de pensamiento, obra y corazón.

Gregorio Verdugo dijo...

J, no te preocupes, amigo, mañana volvemos a la realidad al más puro estilo ficción.