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17 mayo 2011

La protesta fantasma

Eran más de diez mil en Sevilla y nadie pareció verlos. La policía los redujo a la mitad mediante su aritmética infalible y, a pesar de que no cesaban de corear consignas bajo el sopor aplastante de los treinta siete grados en el Prado de San Sebastián, pasaron desapercibidos para la mayoría de los grandes medios de comunicación.

Fue una protesta fantasma, tal vez soñada, pero se produjo de manera simultánea en cincuenta ciudades españolas. Decenas de miles de ciudadanos de todas las condiciones y edades congregados alrededor de más de doscientas micro organizaciones, mediante la utilización masiva de las redes sociales, para protestar de forma pacífica y con una sola exigencia: democracia real ya.

Dicen estar cansados, hartos de que políticos y banqueros los utilicen como mercancía. Se escaparon de la red para desvirtualizarse ante los ojos de la sociedad y reclamar su existencia y una nueva política más directa y cercana. Y más participativa y permeable. Se autodenominan los indignados y han dicho basta a la sordera permanente de una clase política que no los tiene en cuenta y que hace recaer sobre ellos la mayor parte del sacrificio de la crisis.

El problema no es la política, sino los políticos, la partitocracia imperante y su ancestral sordera a las exigencias ciudadanas. Ayer, durante un encuentro de Juan Espadas, candidato socialista a la alcaldía de Sevilla, con un grupo de blogueros para intercambiar impresiones sobre Open Goverment, le lancé la pregunta a vuela pluma.

-¿Que reflexión haces sobre las protestas del domingo?-

Después de darse un prolongado paseo por el jardín frondoso de la retórica de la participación, concluyo que el sistema exige saber qué queremos, concretar las propuestas.

Es cierto, el movimiento espontáneo que estalló en las calles españolas la tarde del pasado domingo, a tan sólo seis días de unas elecciones municipales y autonómicas, tendrá que agenciarse una metodología concreta para conseguir sus objetivos. El instrumento es el propio sistema, pero mejorado, con más participación y mayor implicación de los ciudadanos en los proyectos que afecten a todos. Pero el clamor dominical por sí sólo ya se merece ser escuchado y tenido en cuenta. Algo que a los políticos les cuesta.

La protesta no debe quedarse en Twitter después de este gran primer paso y los políticos, que son el verdadero objeto de la misma, han de saber abrir los oídos. Sobre todo los que se dicen de izquierdas, porque esa gente lo que exigía en las calles es una izquierda verdadera que sepa canalizar y dar soluciones a sus problemas.

No basta con que Alfredo Pérez Rubalcaba les explique esta mañana que la indiferencia no conduce a nada, que con la indiferencia no se consiguen avances sociales y siempre salen beneficiados quienes más tienen y menos necesitan. En definitiva, que hay que acudir a votar.

No se está dirigiendo a antisistemas, sino a personas a las que esta democracia descafeinada se les ha quedado pequeña y exigen sin demora su rehabilitación. Ya no satisface votar cada cuatro años sin más. No escucharles sería un grave error por parte de un Partido Socialista con los referentes de izquierda bastante deteriorados. Y no atender sus demandas sería casi un suicidio.

Como escribe hoy Juan Carlos Escudier, lo peor no será que el PSOE “pierda por goleada las elecciones de este próximo domingo, sino que no entienda por qué le pasan estas cosas”. Porque los fantasmas, aunque no lo crean, también existen.



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