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03 junio 2009

El periodismo Matrix


He disfrutado leyendo el post de Juanlu Sánchez titulado “Los bufones involuntarios y la falsa empatía”. Y lo he hecho no sólo por lo que dice, también por cómo lo dice.

Juanlu efectúa una crítica seria, fundamentada e impregnada de humanidad a ese tipo de programas, que se han puesto tan de moda, donde la estrella deja de ser la historia que se cuenta para pasar el periodista a desempeñar ese papel.

Es ese periodismo desde la distancia que ni aclara ni explica, arrastrado por una vocación irrefrenable por mostrar el lado más pintoresco del personaje, sin importarle que el meollo del problema se quede fuera de plano.

Un periodismo falsamente moralizante, porque bajo la apariencia de mostrar las cosas tal y como son, se esconde la intención velada de perpetuar el estereotipo identificándolo las más de las veces con la marginalidad.

La pretendida objetividad de dichos programas se descompone ante la más que evidente intencionalidad de conseguir grandes audiencias, disfrazando la actualidad de espectáculo dantesco, haciendo hincapié en los aspectos más secundarios y marginando la mayoría de las veces la denuncia verdadera que esconde la historia.

Es el periodismo cosmético, que tan fácilmente solemos identificar con periodismo de calidad, pero que como Juanlu deja perfectamente entrever, desecha el enfoque humano que tanta falta le hace a esta profesión. Aquella misión sagrada de otorgar verdadera voz a quienes no la tienen para que se conozca su historia, en vez de utilizarlos de manera sibilina para buscar el impacto en la audiencia y romper los audímetros.

Programas del tipo Callejeros y similares, que inundan las pantallas de los hogares para que los ociosos acomodados podamos aseverar a golpe de mando a distancia realidades que no vemos ni conocemos, pero que nos tragamos tal y como las muestran en un ejercicio irresponsable de comodidad. Es el periodismo Matrix, que nos impone una realidad ficticia que nos gobierna desde la falsedad.

Cuando, allá por julio de 2007, inicié la andadura de este blog, lo hice con la intención de vivir la vida de un personaje que no era yo. Se trataba de un indigente entrañable que pulula todavía las calles del barrio, arrastrándose envuelto en harapos andrajosos y empujando oxidados y destartalados carritos de la compra donde guarda los objetos que se va encontrando en los contenedores de basura. Son los posts que en el apartado de etiquetas están catalogados como “Historias de Jack”.

Lo que pretendía hacer era un ejercicio de ficción que me apasionaba; vivir la vida de otro como si fuera propia y elegí a un ser marginal, porque entendí que era quien más necesitaba la voz que yo podría proporcionarle.

Jamás me paré a conversar con él ni a hacerle una sola pregunta. Me limitaba a fotografiarlo y a contemplar como un lelo la manera en que me miraba desde el otro lado de la vida.

No tardé demasiado en desistir de la idea, a pesar de que me parece que han sido de los mejores artículos que se han escrito en este blog, porque antes que tarde descubrí que nada podía saber del verdadero conflicto que albergaba aquel ser que llegó a formar parte de mi vida cotidiana ni de las causas que lo habían provocado. Yo no estaba al otro lado de la vida, ni conocía la manera en que podía emprender tan complicado viaje.

Todavía sigo intrigado por la historia que esconde, aún sueño con poder narrarla algún día si la vida no se lo lleva antes. Pero tengo muy claro que no lo haré hasta que me crea con la suficiente humildad como para acercarme hasta él con la dignidad de un ser humano que está preocupado por los problemas de un semejante y quiere darlos a conocer al mundo para que el mundo sienta vergüenza de ser como es.

Gracias Juanlu y compañía por enseñarme que el periodista, ante todo, lo primero que debe ser es humano. Porque eso, compañero, no se enseña en ninguna facultad de comunicación.

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