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11 abril 2009

El ateísmo procesionará las calles de Sevilla

La decisión del Ayuntamiento de Sevilla de permitir que la campaña publicitaria del bus ateo se coloque en los autobuses de Tussam una vez transcurrida la Semana Santa pone de manifiesto la eterna dualidad de esta ciudad.

Una vez saturada de cirios, varales y cruces proyectando sus sombras sobre los muros acicalados, ahora toca pasear por las calles el mensaje que pone en duda la existencia de dios. Algunos ven en ello un gesto de tolerancia, del buen rollito que la ciudad exhuma por todos sus rincones. Y tal vez no les falte razón.

Sin embargo echo de menos las tradicionales voces de las catacumbas de Híspalis, que con toda seguridad verán coherente que, tras una saturación colosal de santos y mártires recorriendo las calles de la ciudad sin que nadie, sea de la creencia que sea, haya osado mostrar el menor signo de irrespetuosidad, se alce el grito al cielo ante semejante osadía.

No tardará mucho en aflorar la queja atávica que no entiende la tolerancia si no es dentro del marco de sus deseos, ésa que se empeña en aferrar a la ciudad a tradiciones inquisitoriales negando el aire y el espacio a quien no piense igual que ellos.

Lo que menos me ha gustado de todo este asunto es el tener que enarbolar la hipocresía para esquivarlo como hizo en su día Carlos Arizaga, gerente de Tussam. El pliego de condiciones de cualquier contrato de la empresa lo redactan los propios técnicos de Tussam y las compañías que se presenten al concurso han de aceptarlo tal cual, sin posibilidad de modificaciones. Una vez que se firma el contrato recogiendo el pliego de condiciones del mismo, éste obliga a ambas partes por igual. Por lo que declinar la responsabilidad en sólo una de ellas es una poco elegante manera de escurrir el bulto.

Sería la primera vez, y aún así no me lo creería, que el capitalismo tuviese escrúpulos morales a la hora de lucrarse, cosa que la historia demuestra que es del todo imposible.

Lo cierto es que, tras una Semana Santa vivida con la intensidad con la que se hace aquí en Sevilla, ahora le toca al ateísmo procesionar las calles de la ciudad.

Y la vida sigue, como decía la canción, completamente igual.

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