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01 diciembre 2015

La metáfora fatal de Abengoa

“Abengoa está inventando en Sevilla la energía del futuro”. Lo decía a mediados de julio pasado el entonces consejero delegado de Abengoa, Santiago Seage, —hoy al frente de la filial Abengoa Yield Plc— en el Foro Tejiendo Industria, que organizaron el diario ABC y Cobre Las Cruces. Es eso precisamente lo que parece que peor ha tejido Abengoa; su futuro. Algo que indudablemente afectará y de una manera impactante a la comunidad en la que residimos y a esta ciudad. ¿Quién no tiene un familiar, un amigo, que no trabaje o haya trabajado en Abengoa?. Casi nadie. 

Con el escándalo de Abengoa está sucediendo lo mismo que describió Gabriel García Márquez con respecto a la propaganda que se realizaba durante la guerra fría sobre el telón de acero. “La cortina de hierro no es una cortina ni es de hierro. Es una barrera de palo pintada de rojo y blanco como los anuncios de las peluquerías”, escribía en uno de sus artículos. Y añadía más adelante: “Veinticuatro horas diarias de literatura periodística terminan por derrotar el sentido común hasta el extremo de que uno tome las metáforas al pie de la letra”.

Nos estamos tragando la metáfora tal cual, teledirigidos por unos medios que cuentan la parte de la historia que más le conviene según sus intereses más inmediatos, que no suelen coincidir nunca con los de servicio informativo. Aquí cada cual cuenta el relato según qué le vaya en ello, sin preocuparse de aportar datos que ayuden a articular y comprender la verdadera tragedia de rapiña y poder que subyace bajo el hundimiento de la emblemática empresa sevillana. 

La palabra mágica es salvavidas. Hay que encontrar uno con urgencia. Pero para salvar a quién, es lo que me pregunto. Nos venderán con grandes titulares que lo único que importa es el empleo, el bienestar de los miles de trabajadores que dependen de ella a lo largo y ancho del mundo. No es cierto, hay otros intereses más importantes por encima y uno de ellos es la vergüenza de estos políticos que han permitido —y algunos hasta colaborado y cobrado millonadas por ello— que se llegue a esta situación.

Ahora es como si nadie supiera hasta hace unos días lo que estaba ocurriendo en Abengoa, como si una crisis de tal magnitud hubiera estado sumergida a la realidad y su explosión los hubiera cogido a todos por sorpresa. Mentira. Los políticos, de todos los colores, sabían perfectamente lo que sucedía y continuaban regando con dinero público las arcas de una empresa gestionada desde la ética miserable de la codicia. Buena parte de ese dinero regresaba vía puerta giratoria al bolsillo de más de uno de ellos. Lo mismo ocurre con los sindicatos, para quienes los trabajadores de Abengoa y sus medievales condiciones de trabajo —denunciadas hasta la saciedad por muchos de los que las han sufrido— acaban de nacer estos días. 

No sólo la banca y el Gobierno regulador son los únicos culpables, sino todos aquellos que aportan su granito de arena para sustentar un sistema en el que una empresa sin las subvenciones y las adjudicaciones públicas prácticamente no tiene futuro y es inviable de partida (nada más que hay que leerse los sumarios de los más sonados casos de corrupción para comprobarlo). Todos los que a través de la política y sus bajos fondos han hecho que esta sociedad se sustente sobre un clientelismo miserable en beneficio unos cuantos privilegiados y sus intrincados aparatos de poder. Son ellos quienes tienen que mirarse ahora al ombligo ante una crisis de estas características. Porque el escenario que va a quedar tras la batalla va a ser horrible y las verdaderas víctimas no llevarán sus nombres, ni estarán tan bien arropados como ellos.

Por eso no me sorprende que se clame al cielo para que venga el dinero como sea, porque cualquiera que sea el método que utilicen lo vamos a acabar pagando todos de nuestros bolsillos y a quienes menos va a alcanzar será a los más débiles de esta tropelía. Por eso hay medios que no dudan ya en calificar la catástrofe “cuestión de Estado”, tras haberse llevado años alardeando de las bondades de Abengoa, y se quedan tan panchos sin que se les caiga la cara de vergüenza. Otros incluso miran para otro lado cuando se abordan las condiciones de trabajo de tanta gente o sitúan las numerosas denuncias en la leyenda del país de  nunca jamás sin ruborizarse.

Claro que es cuestión de Estado, de un Estado de Derecho que permite que se realicen este tipo de ejercicios de rapiña y ambición y que sus verdaderos culpables no sólo salgan indemnes, sino indemnizados con cantidades millonarias. Sin duda que lo es. Pero ninguno exige la depuración de responsabilidades de forma ejemplar en los tratamientos informativos que he visto sobre el asunto. Es más, parece como si quisieran hacernos creer que de un naufragio de esta envergadura —con tantos pasajeros flotando en el océano, con el agua al cuello y sin botes salvavidas—, sólo son responsables el azar y la mala suerte. Porque ahora de lo que se trata es de que nos traguemos la fatal metáfora al pie de la letra.

1 comentario:

Mark de Zabaleta dijo...

Hay demasiados intereses económicos en juego...pero, al final, pagarán los de siempre!

Saludos