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09 mayo 2015

La soberbia de los necios

Decía Quevedo que es más fácil es escribir contra la soberbia que vencerla. La satisfacción y envanecimiento por la contemplación de las propias prendas con menosprecio de los demás, RAE dixit, tiene emborrascado el clima político del sur, y de qué manera. Tras dos votaciones, Susana Díaz no convence a nadie para que se le permita gobernar. Ella, la reencarnación misma de la pureza en levitación sobre un fondo de marisma al atardecer, lo digiere mal. Es la soberbia, estúpido.

El sentimiento de sobrevaloración de sí misma la llevó a convocar unas elecciones que no eran necesarias salvo para saciar sus intereses personales. Parecía que estaba todo medido y calculado con precisión maquiavélica, pero no. La gente es caprichosa y tiene la fea costumbre de votar lo que le sale de los suspiros del alma. Luego pasa lo que pasa, no se obtienen los apoyos suficientes y se necesita de los demás, algo que el soberbio lleva mal por naturaleza. 

La arrogancia suele ser mala compañera de viaje en estos casos y propicia una preocupante tendencia a ver la paja en el ojo ajeno y no la viga en el propio. Ahora, una vez que el lío está consumado, inquieta la programación del nuevo curso, la situación de los sanitarios y la temporada estival. No hace ni siquiera dos meses disponía de todas las herramientas necesarias para salvar con holgada solvencia dichos inconvenientes. Cosas de la vida, y de la política.

Esto empieza a rozar el ridículo”, lamenta la social-romera. Es lo único sensato que le he oído desde que se conoció el resultado electoral. La desesperación te convierte en metonímico y de pronto Andalucía eres tú —y lo que es aún peor, tus deseos—, y sólo son andaluces quienes te han votado a ti y apátridas todos los que se han decantado por una opción distinta.

Y entonces no te queda otra que recurrir al 28F, aquel glorioso día en el que la gente defendió en masa una idea de Andalucía que tu partido no ha sido capaz de llevar a la práctica en más de treinta años de gobierno continuado. Y claro, eso desespera tela.

“La gente que me para por la calle no puede esperar”, dice. No me extraña. Tal que tú no pudiste esperar a agotar la legislatura pasada y poner en práctica el programa con el que te habías comprometido ante todos ellos, tras venderlo como la panacea divina. 

Primero se aboga porque el pueblo hable y cuando éste no dice lo que yo quiero, me revelo. Eso es exactamente lo que la reina de las marismas —magistral Carlos Mármol— entiende por anteponer los intereses de Andalucía “por encima de los míos”. Peculiar cuanto menos. A este paso se pierde la romería de este año.

Menos mal que siempre nos queda la sagrada ignorancia del pueblo. Ésa que lo clavó hace ya mucho tiempo en las páginas del refranero. El oro hace soberbios, y la soberbia, necios.

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