Lo habitual tras un día de elecciones es que los políticos al uso valoren el lado positivo de unos resultados que raras veces son los deseados. Y si la cifras no tienen perfil óptimo, pues se inventa. Como decía Kennedy, en política todo lo que no es totalmente correcto, está mal. De ahí que se construyan puentes donde no hay ríos o aeropuertos y autopistas donde no existen ni aviones ni coches.
En la ciudad de Sevilla es justo lo que ha pasado. Como viene siendo costumbre, todos han ganado y se felicitan por el resultado obtenido. Cada cual se consuela como quiere (o como puede). Pero lo cierto es que los túrdulos han demostrado que no se ponen de acuerdo en cómo quieren ser gobernados ni por quién. Algo que en una ciudad como la hispalense significa bastante, aunque no lo parezca. Sevilla vive de mirarse a sí misma, sólo que ahora parece que de repente un mayor número de miradas son posibles.
El batacazo de Zoido, además de previsible, ha sido sonado. Ocho concejales de una tacada en tan sólo cuatro años y tras disponer de la mayoría absoluta más contundente de la historia de la democracia en la ciudad. El alcalde en funciones ha ganado en 7 de los 11 distritos, pero se ha dejado por el camino nada menos que casi 60.000 votos. Es como para pensárselo. La debacle comenzó justo al día siguiente de ganar las pasadas elecciones, cuando los populares se creyeron a pies juntillas que la excepcional confianza de los sevillanos era un cheque en blanco del que iban a disfrutar per secula seculorum.
Los socialistas han aguantado dignamente el envite capitaneados por Juan Espadas, “un socialista que nunca grita”, en palabras de Carlos Mármol. Incluso han recuperado algunos votos, algo más de cuatro mil, con lo que la tendencia de los últimos comicios celebrados se consolida. No se han descalabrado como algunos predecían. Gestionar la necesidad de cambio que se puede leer entre líneas es la prueba del algodón a la que se enfrenta ahora un tipo con prestigio de buen negociador y bastante moderado como Espadas.
La irrupción de los emergentes, Ciudadanos y Participa Sevilla, la marca blanca de Podemos, ha sido importante, casi treinta mil votantes cada uno en su primera comparecencia en la escena municipal. La formación naranja se ha colocado como tercera fuerza electoral gracias a sus excelentes resultados, especialmente en distritos como Este-Alcosa-Torreblanca, Macarena Norte o Casco antiguo. Curiosamente, el partido Morado ha obtenido sus mejores números en esos mismos distritos.
La federación de Izquierdas ha perdido casi cinco mil votos en estos comicios, pero la benevolencia del sistema D’Hont le ha permitido mantener los dos concejales que tenía. La práctica totalidad de los sufragios se los ha dejado en los distritos de Bellavista-La Palmera, Cerro Amate y Sur. Sin embargo, el resultado obtenido por Izquierda Unida se puede calificar de honroso, dado que han optado por un candidato, Daniel González, muy joven y apenas conocido que ha sorteado con bastante dignidad el envite electoral.
La incógnita que no despejarán estos resultados es qué hubiese ocurrido si el frustrado proceso de confluencia que se intentó en Sevilla a pocos meses de las municipales se hubiese fraguado con éxito. Pero sí pueden servir para hacer una aproximación, teniendo en cuenta que sólo falta por escrutar algo más de un uno por ciento en dos de los once distritos municipales.
Con los datos actuales, y tomando como referencia a las fuerzas políticas que apostaron con claridad desde el principio por dicho proceso —Izquierda Unida, Participa Sevilla, Ganemos y Equo—, la suma de votos entre todas hubiese sido de 64.695, el 21,03%. Ello le habría permitido obtener seis concejales aplicando la ley electoral en vigor y el Partido Popular hubiese perdido uno de los doce que tiene. Y todo sin tener en cuenta el efecto multiplicador que suele generar en el electorado una candidatura de unidad. Madrid y Barcelona son un buen ejemplo en esta cita electoral.
Ahora, a toro pasado, cada cual tiene su excusa para justificarse. Todas las posturas son legítimas, sin duda. Pero la realidad es que son los ciudadanos quienes más han perdido con el desenlace final de esa iniciativa. Rubén Sánchez, uno de sus primeros impulsores, dijo durante una entrevista al respecto que en Sevilla faltó el candidato de consenso, el referente ciudadano capaz de aglutinar toda la ilusión y el empuje de la gente. No le falta razón.
Pero también han faltado altura de miras y voluntad política en las formaciones que han protagonizado el proceso. Los egos se impusieron a la ilusión. Una Ada Colau exultante tras su triunfo lo resumió ayer a la perfección. “Hemos sabido anteponer los proyectos a las ideas”, dijo ante las cámaras. Se trataba de eso precisamente. En opinión de la que con toda probabilidad será la próxima alcaldesa de la ciudad Condal, “David ha vencido en esta ocasión a Goliat”. Sólo que en Sevilla esta vez nadie se creyó el relato bíblico y David pasó del gigante.
Una lástima, en aquel momento parecía una buena idea.
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