Mi obra literaria

18 abril 2015

Susana del Carpio y las témporas

Susana Díaz, la ganadora de las elecciones andaluzas y todavía no presidenta de la Junta de Andalucía, ha pasado del “que hablen los andaluces” al que “se cumpla la voluntad de los andaluces” en una metamorfosis confusa que tiene algo de irónica y de metonímica.

A mitad de mandato, —no el suyo, que comenzó de manera dactilar, sino el de su antecesor José Antonio Griñán— convocó unas elecciones que no tocaban por supuesta inestabilidad política a causa de las tensiones internas en el pacto de gobierno con Izquierda Unida. Esa píldora no se la tragaba nadie —incluso le dejaron aprobados los presupuestos que le permitían gobernar sin agobios hasta final de año— y recurrió a la máxima rociera de que había que darle la voz al pueblo como única solución. “Que hablen los andaluces”, sentenció entonces.

Una vez celebradas, lo que pretendía combatir —la inestabilidad política— no sólo ha cortado orejas en plaza, sino que tiene serios visos de quedarse de manera permanente. Es cierto que ha sido la socialista ha sido la lista más votada, pero también lo es que los andaluces no les han otorgado la mayoría suficiente como para gobernar en solitario, su eterno sueño dorado. Lo explica a la perfección Carlos Mármol en “El tercio de la investidura”.

Ante tal panorama, la trianera ha tirado de soberbia torera y ha exigido que “se cumpla la voluntad de los andaluces”. Y esa sacrosanta voluntad, según su onírica y particular interpretación del resultado electoral, no es otra que sea investida presidenta a la mayor brevedad posible y sin impedimentos, no vaya a ser que el cetro patrio se extravíe por los pasillos del Hospital de las Cinco Llagas con tanta interinidad.

Poco importa a la líder rociera el hecho de que ni siquiera cuente con los votos de la mitad de los andaluces con derecho a ello o que más de 2,2 millones hayan declinado ejercer su ciudadanía ante las urnas. “Es el problema de los que no votan, no el nuestro”, suelen argumentar los próceres del socialismo patrio. Las razones que puedan existir tras tan elevada abstención poco importan. Lo relevante es el poder y el discurso paralelo de la democracia soy yo.

Pero los datos están ahí y son incuestionables. Los andaluces han dicho justo lo que muestran los resultados: ningún partido tiene la mayoría suficiente para gobernar en solitario. Lo demás, incluidos los pactos posteriores que puedan producirse para promover un gobierno o no, son de libre interpretación. 

Pretender otra cosa, sobre todo cuando emana de una falta de humildad apabullante, es como mirar el dedo cuando señala la luna. O confundir el culo con las témporas, como Fernanda del Carpio en la magistral novela de García Márquez. 

—Esfetafa esfe defe lasfa quefe lesfetifiefenenfe asfacofo afa sufu profopifiafa mifierfedafa.

Sólo le queda ya reclamar el título a lo feudal: por la gracia de Dios (o de la Virgen del Rocío, en este caso).

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